lunes, 15 de abril de 2013

La tienda de ultramarinos - El hombre sin mirada



 La tienda de ultramarinos

Mis recuerdos son antiguos, de cuando apenas era un adolescente, llevaba el pelo largo y el signo de la paz grabado sobre una rodaja de hueso que colgaba de mi cuello; trabajaba en la tienda de ultramarinos que había en la esquina, bajando la calle, y las marujas siempre me confundían con una chica.  El bacalao se cortaba a guillotina con la bacaladera y las legumbres a granel venían en sacos de arpillera que apilábamos juntando los unos con los otros en el suelo, abiertos, con la boca remangada; para después  despacharlos  ayudados  de una pequeña pala de metal que vaciábamos sobre un papel de estraza encima de la balanza. No olvidare el fuerte olor a vino y a vinagre fermentado que rezumaba de las cubas en la trastienda, mezclado  con el aroma del pimentón y la acidez de los productos de limpieza. Lo que nunca entendí es porque escaseaba tanto el azúcar, los sacos llegaban con cuentagotas y teníamos orden expresa del encargado para disimular cincuenta gramos de menos en cada pesada de a kilo, ya que el margen era muy escaso. Entonces, era tan antes como para que todas estas cosas aún existieran, pero no tan antiguo como para que los fundamentos de la modernidad que hoy conocemos, no hubieran irrumpido. Así, se daban divertidos contrastes entre las antiguas y nuevas maneras de despachar los artículos: las especias se servían a granel, pero la leche, condensada y en latas; las arenques eran exhibidas al público en cajas abiertas, más el café se consumía soluble e impecablemente envasado al vacío; los yogures y el pan Bimbo disponían de rigurosa fecha de caducidad, sin embargo los embutidos y chacinas prescribían cuando no quedaba más remedio, porque estaban demasiado secos u olían mal. Es así como era aquel tiempo ¡Caray!…

Cuando subí aquel día para comer a casa mis padres, ya conocían la noticia. La calle, prudente y asustada era un clamor callado; el dinosaurio, enfermo, por fin de viejo había muerto…  Muy cerca  en  la maquina gramófono del Bar Martos, sonaba la negra voz de metal de Roberta Flack -“Suavemente me mata con su canción”– Mientras, en el parque, un tipo acurrucaba el mechero encendido entre las cuencas de sus manos, los operarios podaban los arboles ya desnudos de hojas aligerándolos para el invierno, y una profunda zanja se abría paso calle abajo para embutir el nuevo alcantarillado. La vida seguía mientras la muerte cumplió su fin; aquellos serian los primeros cambios de una serie infinita que nos alejarían de la pesadilla adentrándonos en un vasto futuro y sin embargo nada había pasado. Los inviernos serían fríos siempre, los vientos tumbarían las mieses cada primavera, y el mármol de los portales nos refrescaría en los calurosos veranos…  el  mundo, rum, rum… seguía girando. La eterna agonía del exasperante final nos dejo tiempo para delinear nuestros anhelos y soñar con lo que vendría después, albergando una idea tal vez demasiado romántica sobre la libertad. Pero en aquel instante, era Imposible no estar expectantes ante el tenso silencio donde “todos los violinistas mantenían levantados sus arcos”.

“Un ligero ademán del director, un leve cabezazo” y el forte, súbito, nos atropellaría irremediablemente hasta el centro de la acción. El presente es como el punto de fuga de una perspectiva, es un punto impropio, situado en el infinito y que solo tiene sentido como referente para recrear la realidad, el pasado y el futuro constituyen las aristas que conforman la figura. Siempre estamos en el punto de fuga impropio, situado en el infinito, pero siempre huyendo hacia cualquier rincón de nuestra vida, la que fue o la que será. Volví por la tarde a la tienda, el mismo olor, las mismas tareas y aquel hombrecillo insignificante que lo sabía todo sobre el arte del mostrador, estúpido hasta la desesperación. Todo seguía igual en aquel rincón de mi vida, pero también allí algo había empezado a cambiar; mire a aquel necio que a fuerza de ser siempre tendero, logró ser tendero encargado al fin, y comprendí que no había más, que mi destino allí ya estaba escrito, del inminente cambio que se anunciaba en las calles yo solo podría apreciar su evolución en los embasados de los productos y la moda a través del peinado que lucirían las marujas. Las cosas pasarían en el mundo mientras yo hacia un doctorado en ultramarinos…  Arroje el cepillo de barrer al suelo y salí, gire a la izquierda y encarrilé calle arriba camino del Martos, el hombrecillo desde la esquina gritaba - ¡eh chico, ¿estás loco…? ¿Dónde vas?!  Pensé en retomar mis estudios, pensé en participar en todo aquello, el tren pasaba y no quería perderlo.

     En la maquina de discos del bar seguía la misma cantinela “Killing Me Softly With His Song”  y yo respiré aliviado… ¡carajo¡
 

     “Pedazos de mi vida narraba su canción”

La Nebulosa - F.  Buendía.

Acompañamos con:  Killing Me Softly -Roberta Flack


1 comentario:

  1. Hemos abierto las ventanas de siempre. Hemos encendido las mismas lámparas. Hemos subido las escaleras de cada noche, y sin embargo han pasado las horas, las semanas enteras, sin que notemos su presencia.

    Una tarde, al atravesar una plaza, nos sentamos en algún banco. Sobre las piedritas del camino describimos, con el regatón de nuestro paraguas, la mitad de una circunferencia. ¿Pensamos en alguien que está ausente? ¿Buscamos, en nuestra memoria, un recuerdo perdido? En todo caso, nuestra atención se encuentra en todas partes y en ninguna, hasta que,de repente advertimos un estremecimiento a nuestros pies, y al averiguar de qué proviene, nos encontramos con nuestra sombra.(Oliverio Girondo)

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