Doce horas más tarde, una nave Lone Fighter con un solo tripulante,
partía del hangar táctico de la Galactic Voyager, en vuelo programado, con
dirección a Coleria; un pequeño planeta localizado en NGC-2403, una galaxia
espiral perteneciente a la constelación de Camelopardalis.
Ramiro, plácidamente acomodado en la carlinga de la Lone Fighter, por fin
se sentía a sus anchas. Disfrutaba de una magistral e inigualable visión del cosmos,
y estaba solo. El viaje duraría unas 14 horas, indicaba el display del
ordenador de navegación, pero enseguida comprendió que merecería la pena hasta
el último minuto. Pocos eran los hombres que, procedentes de mundos inferiores habían
tenido la oportunidad de contemplar tanta enormidad y belleza, tanta verdad y
fundamento. Parecía imposible estar más cerca del cielo.
Ramiro tenía una teoría; así como era posible la coexistencia simultánea
de varios universos en un mismo espacio, los multiversos. De la misma forma, era
posible la existencia de mundos superpuestos. Habitados por personas,
aparentemente iguales, pero calidad diferente; con formas de pensar, de vivir y de hacer diferentes. Y no era lo mismo, claro que no, aseguraba Ramiro, pertenecer
a unos u otros; todos hacemos nuestras
necesidades por semejantes partes y, casi con toda seguridad, de la misma
manera, eso es un axioma. Pero esto no nos convierte en iguales, ¡para nada! Que
puede importarle a alguien que se desplaza por el universo a bordo de su particular
y superexclusiva nave interestelar, se desayuna en la Tierra, almuerza en Europa
(una de las cuatro principales lunas de Júpiter, se entiende), y toma el té con
su concubina en cualquier microplaneta exclusivo de Alpha Centauri, mientras cierra
negocios de millones de euros a través de su conexión personal de
entrelazamientos cuánticos, un pobre y miserable descontado de la telúrica New
World City, sin oficio ni beneficio, y que sobrevive, merodeando a diario, junto
con su madre y hermano en una oscura y reducida casa-contenedor de renta concertada.
Embelesado, la cabeza apoyada sobre el cristal de una de las ventanas de
la nave y regocijado en su melancolía, Ramiro saboreaba satisfecho la totalidad
del espacio y del tiempo, y se admiraba complacido flotando sobre la propia materia
y energía que había dado origen a todo lo conocido y nos acompañaba desde el
mismísimo Big Bang. Le sorprendió que, contrariamente a lo que había interpretado
de pequeño, cuando aún era posible escrutar el firmamento desde la tierra; el
universo no era negro, sino de un color café-cortado cósmico maravilloso. Y le
dio que pensar, como, al observar el universo desde dentro, la conclusión primera a que se podía llegar, era que estaba
incomprensiblemente vacío, es decir; que estaba compuesto por muy poca materia. Miríadas de estrellas, rutilantes, acudían a su encuentro auxiliadas por
el impulso excepcional del reactor CSTR que propulsaba la nave. Y celebraba y
aplaudía la luminosidad reflectante, el colorido y las caprichosas formas de cúmulos,
nubes de gas y cuerpos celestes, fantásticos, que refulgían con ímpetu por
sobre la lobreguez extraordinaria de la antimateria. Y… se felicitaba por estar allí.
Sumergido en esta quietud extraordinaria, y dejándose llevar por tan
fantástico espectáculo, Ramiro se dejó vencer por una placentera modorra, su
cabeza iba de un lugar a otro, y necesito acordarse de su casa y de su gente.
Se acordó primero de su madre que debió quedar esperándolo el día en que se marchó
improvisadamente, hace ya casi una semana. Pobre
mujer –reflexiono–, abandonada, ajena,
combatida… ¿quedaría esperando serena, como Penélope?, o ¿buscaría consuelo en
su otro hijo?, que era todo cuanto aun le anclaba a tan desconsiderada existencia.
Entonces, se acordó también de su hermano, algunos años menor, para el que, de
alguna manera, había ejercido de protector y custodia, y siempre había llevado
de reata cuando eran pequeños. Porque cuando Ramiro era pequeño, el mundo también era pequeño, y diferente y las cosas eran distintas, y su familia, como otras, había disfrutado
de un cálido y armonioso hogar… Otros tiempos, en definitiva, que de pronto acudían
a su memoria en una transitoria sucesión de imágenes que se negaban, no obstante,
a detenerse el tiempo suficiente que permitiera fijarlas y consolidarlas. Como
pájaros, que revolotean erráticos, atrapados en un confinado lugar, sin
encontrar escapatoria. Incapaces, en su desesperado afán de sosegarse, posarse
un segundo y ponderar… y continúan así indómitos hasta que caen fatigados o noqueados. Tan imposible como intentar dominar un sueño. …padre regresa pronto del trabajo; grande y fuerte, zalamero y colmado de
requiebros para mamá. Y trae algo escondido a su espalda, algo que después de besarnos
y saludarnos nos descubre; un pequeño ingenio de madera que el mismo ha
construido para nosotros. La lluvia, vertical y generosa, riega los campos de
un mundo verde todavía, y los ríos recorren la tierra ávidos de océano… no muy
lejos de casa transita uno, lento a veces, otros menos, y se complace componiendo
eventuales meandros. Es por la tarde y padre nos lleva a bañar, junto a los sauces,
como otras veces. Y allí estamos, entusiasmados, mi hermano y yo, con nuestros
trajes de baño preferidos; rojo el suyo, azul el mío, amarrados ambos por la
cintura a sendos cabos de una misma cuerda, adentrándonos confiados desde la
orilla, pues al otro extremo, él vigila la corriente...
Una relumbrante luz azulada, comenzó a parpadear en un dispositivo de "grafeno" que Ramiro portaba en su muñeca izquierda, formaba parte del equipamiento
personal con el que había sido dotado instantes antes de su partida. La luz, unida
a una machacona y acompasada alarma acústica increíblemente infame,
consiguieron sacar a Ramiro del marasmo en el que se encontraba sumergido. Se
trataba de una conexión cuántica, que procedente del planeta Génova, solicitaba
conformidad. Ramiro, aturdido todavía, se incorporó sobre el asiento, se froto
los ojos con los nudillos y procedió a soltar el artilugio de su muñeca, tal y
como le habían explicado. Una vez en sus manos, comprobó que aquel invento,
estaba fabricado con un material extraordinariamente delgado y flexible, lo desplegó y, sin dificultad, el cacharro adopto la forma de una pantalla plana y transparente
de 15”. Perplejo, apretó el botón “enter” que no dejaba de parpadear y voila; un tipo flemático y de cara circunspecta apareció ante
sus narices. En realidad, se trataba de un holograma de González uno de los consejeros
principales de Aguirre. El mismo que, algunas horas antes, le había despedido
en el hangar táctico de la Galactic, deseándole buen viaje e indicándole que no
intentara adelantar acontecimientos, que en breve tendría noticias suyas. Y…
efectivamente, de una u otra manera, el tipo había cumplido su palabra.
González transmitía instrucciones precisas a Ramiro acerca del trabajo
que este debería realizar, una vez, su nave se hubiera posado sobre el planeta
Coleria. Cosa que ocurriría en unos 35 minutos, según indicaba el display de
navegación.
–Sr. Spoleta, esperamos que el viaje haya sido de su agrado –González,
siempre sobrio, hablaba en plural mayestático.
– ¡Gracias!, es usted muy amable, González ¡El viaje ha sido fantástico!
No obstante, hay que decir que tengo un poco de hambre. La comida deshidratada
no es mala, ¿sabe? Pero… como que no me
deja satisfecho.
– ¡Ya! En 30 minutos aproximadamente, usted estará en Coleria y tendrá
oportunidad de reponerse de la travesía, no tenga cuidado. Sin embrago, una vez
saciadas sus necesidades primarias, le recuerdo que estamos aquí por razones de
trabajo.
– ¡Disculpe, González! Soy todo oído.
– ¡Mucho mejor! Vamos a ver, es esta una cuestión cabal y delicada, ¿sabe usted...? Pongamos que se trata de un asunto de higiene –dijo González utilizando un
eufemismo–, ¡ya me entiende! Su trabajo, por tanto, consistirá en una operación de erradicación
y limpieza. Por supuesto, Sr. Spoleta, esperamos actúe de forma resuelta y
contundente. Creo que de esto, entiende usted algo...
– ¿Hablamos de descontados, o nos referimos a gente y armatostes? –quiso puntualizar
Ramiro.
No era frecuente, en estos días, encontrar grupos humanos que supusieran
un riesgo real para la organización. Exceptuando, naturalmente, a traidores y
conspiradores afectos a las grandes oligarquías dominantes, la mayor parte de
humanos que aún subsistían, lo hacían en unas condiciones pésimas de salubridad
y sustento. Mal alimentados, dispersos y sin formación, vagabundeaban mansamente esparcidos por toda la confederación planetaria, siendo objeto de todo tipo de abusos y arbitrariedades.
Niños, adultos y viejos –los menos–, sucumbían a diario en la vía pública, y
sus cadáveres, retirados por unidades de reciclado de residuos M-PO, eran
conducidos a plantas de biomasa de alto rendimiento donde eran incinerados.
– Eso, a nuestro parecer, Sr. Spoleta, no tiene mayor trascendencia. ¡Por
favor! Céntrese y ponga atención, estas son sus instrucciones: en Coleria, existe un
movimiento activista y de agitación conocido como los “Indignati”, que han
hecho del lugar su baluarte y santuario. Amparados en una legislación laxa y
autónoma, consecuencia del estatus marginal de este planeta –Coleria es miembro
agregado, pero no de hecho, de la Organización de Planetas Unidos y Solventes
(OPUS), y por extensión, exento de tratado de extradición con la Confederación Planetaria–,
y bendecidos por una más que interesada condescendencia de sus dirigentes, estos
perroflauticos activistas, que salen, golpean y se guarecen de nuevo con total impunidad
y confianza, han llegado a convertirse en un verdadero grano en el culo para el
sistema. En fin, lo que usted debe hacer es infiltrarse en el grupo y ganarse
la amistad y confianza de algunos de sus miembros. Una vez conseguido esto, su
misión será exacta; localizar y eliminar a “Mecánico”, líder del movimiento. ¿Todo
claro hasta aquí?
– ¡Cristalino! –respondió Ramiro que no salía de su asombro–. ¿En serio,
alguien había organizado algo así? –se
interrogó fascinado.
– Una vez se encuentre en la plataforma de atraque de Coleria –prosiguió González– , uno de nuestros colaboradores, le estará esperando. Él le facilitara
cuanto precise y le ayudara a insertarse en el entorno. A partir de aquí,
estará solo, ¡ya lo sabe! Confiamos en que sea capaz de llevar a cabo un trabajo limpio
y elegante. El precio que pagamos por él, no es para menos.
– ¡Quédese tranquilo, González! Seguro que será de su agrado.
Continuara…
La Nebulosa - © Edy
Never - Orbital
Cuando Ramiro toca tierra es grande, llamamos con nombres difíciles de pronunciar a los artefactos que inventamos, pero siempre tenemos que recurrir a las cosas con nombres sencillos de decir para apoyarnos y poder navegar. A veces Ramiro pareciera salido de un tebeo, otras un personaje Berlanguiano y en muchas de ellas Dickens no lo hubiera movido mejor. Grande Ramiro cuando toca tierra¡¡
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