martes, 22 de abril de 2014

Mil gracias derramando - El hombre sin mirada



Mil gracias derramando

               El Real siempre ha sido una calle antigua, desde La Tienda del paso,  Lope, La Viuda, Baras, La Espartería, Espadas o el Ideal Cinema, hasta el palacete de abajo, siempre antigua y fría; pero si tuviera que escoger una de entre todas las de esta ciudad, es esta la que elegiría. A pesar del dueño del palacio ¡Dios mío¡ lo he visto solo una vez pero no olvidaré jamás esas cejas y su aspecto de noble decimonónico anclado en una gloria  más antigua aún que él mismo. Me hace gracia y siempre que lo recuerdo pienso en que si hubiéramos de personificar la idiosincrasia de esta ciudad medieval que un día adquirió cierta relevancia en el conjunto del territorio que luego se llamó España; la que hoy algunos se empeñan en mantener, trasnochada y absurda, sin sentido y en un tiempo que no le corresponde;  si necesitáramos  elegir un símbolo:  este sería el  extemporáneo ricohombre amo del palacio de abajo y su suntuosa vivienda barrocamente ornamentada, reminiscencia de una clase elitista que de apoco fue perdiendo los fundamentos y ganando en mascara. Que aprovechando  los restos de nobleza que quedaron adheridos a las piedras de sus palacios e iglesias, forjaron la marca señorial y la vendieron tan a degüello que ha llegado como un estigma hasta nuestros días.
 
            Había quedado con Miguel Angel en el Paseo Mercao  junto a la estatua, faltaríamos a clase porque teníamos cosas más importantes que tratar. Ella bajaba también temprano justo delante de mí Real abajo, ni nos miramos; la noche anterior habíamos discutido.  Somos así de estúpidos narices y a veces el orgullo vence al deseo, en ocasiones incluso al destino.

              Por la tarde, en la Villa Alta me esperaban para ensayar los compañeros y amigos de  “En Un Tris Teatro”; por entonces se nos ocurrió montar la obra maestra del absurdo y símbolo del antihéroe femenino, la boba, débil y fea princesa burlada por el príncipe aburrido “Yvonne Princesa de Borgoña” – Su presencia en la corte supone un factor de descomposición en el orden establecido, lo que hace aflorar sin comedimiento, las deficiencias, vicios, e indignidades propias de cada uno de los personajes –.  Llegué con un poco de retrasado y sin mí, habían dado comienzo al ensayo.  Alrededor de una larga mesa, simulada con algunos tableros que de mala manera habían colocado, se sentaban los miembros de la corte: Cecilio - El Rey contrariado, Barceló - La Reina histérica,  Pedro -  El Príncipe guasón,  Agú -  El sobreactuado y apuesto Chambelán,  Paco M, Beba,  Manolo y otros pocos, el resto de cortesanos. Como los propios The Lord Chamberlain's Men en The Globe, todos los personajes del reparto estaban interpretados por actores, es decir, las actrices también eran hombres. Señor T – Yvonne, se retorcía sobre la mesa con las manos agarradas al cuello; torpe, agonizaba  atragantada por una espina de pescado atravesada en su frágil garganta  ¡sublime¡  la fea cara de Señor T  descompuesta, interpretando a la pávida princesa. No hube de corregir nada, Gombrowicz no lo habría imaginado más peripatético, lo grotesco superaba al esperpento. ¡Genial! 

            Miguel Angel es un tipo seco y directo, intransigente con la ambigüedad, si estas, estas; si no ¿para qué has venido?  Nos vimos después de mi ensayo a la puerta del Chinarrale, cuando abrió la puerta de la tasca el olor a tabaco y alcohol fermentado suscitaba al Vómito y a la envidia por no haber estado la noche anterior en este local tan de actualidad en plena transición; nido de barbudos, artistas y comunistas. Miguel Ángel se ayudaba económicamente echando unas horas los fines de semana poniendo copas en “El Chinarrale”, y yo portaba el aparato de música con una flamante cassette crome para grabar la Jam Session de la noche del viernes; un cantante local, que ahora sé que después tendría mucho éxito, venia por la ciudad este finde y se esperaba, como siempre, tocata en la tasca. Hoy me pregunto dónde está todo aquello ¡carajo! Nos comíamos el mundo, íbamos a cambiarlo todo, y lo cambiamos…  Acomodados y exactos, perdimos fuelle y nos hemos dedicado a contar nuestros sueldos, ahorros o beneficios hasta retornar a un lugar muy cercano al que nos encontrábamos; profesionales de la política nos han usurpado.

Hay algo en la política que tiene que ver con las desproporciones y la falta de armonía, justo al contrario que en el arte. Es lo que me cautiva de uno de estos dos axiomas  y me exaspera en el otro

     “Mil gracias derramando,
             pasó por estos sotos con presura,
             y yéndolos mirando…”
                     (S. Juan de la Cruz)


© F. Buendía

Acompañamos con: "La computadora" - Joaquín Sabina.


jueves, 10 de abril de 2014

Un adusto invitado



        Regreso a casa como cada noche y observo sorprendido que alguien espera al otro lado de la calle, alguien que me mira fijamente. ¡Pijo, …en Dios! –mastico sobresaltado–. El me mira y yo le miro, y por alguna extraña razón, me resulta del todo imposible apartar la mirada. Su estatismo me traspasa, hace que en mi cabeza se disparen todas las alarmas. Sin embargo, sigo inmóvil como un pedrusco, paralizado. Debería correr y ponerme a salvo –no dejo de repetirme–, pero mi cuerpo no obedece y mis pies, pesados como el plomo, se adhieren incomprensiblemente al asfalto. ¡No puedo moverme! Comprendo que es imposible escapar, algo extraño me retiene. Reparo de nuevo en mi adusto invitado, y el tipo no se ha movido un milímetro. “El pasado siempre vuelve” – evoco resignado–, y sé que, de forma inminente, algo va a ocurrir. Se precipitara sobre mí y me descerrajara dos tiros Ipso facto  o, me hundirá repetidas veces su navaja. ¡Ahí viene, Dios!


La Nebulosa - © Jp del Río




Acompañamos con:  Shots - Neil Young