¡Caramba!, yo ni siquiera sabía que ibas a existir. El rum rum de la vida nos hace ciegos a las verdades y obstinados a las costumbres, pues uno acumula sueños, ilusiones y proyectos imperecederos que se hacen viejos, caducos y perecen. Si por fin, cansado, alcanzas a verlos. Es un soplo la vida, ligera y monótona, pareciera siempre la misma, ¡tan laxa a veces!, tan difícil ver lo importante y tan torpes para percibir los cambios. Toda mi vida a granel viaja en una gabarra, toda junta va, no distingo ya sus desvaríos, ¡tan sin apenas importancia! ahora todo eclipsado en torno a algo nuevo, no ha mucho, inesperado. ¡Yo ni siquiera sabía que ibas a existir! Tratamos de mantener el rumbo mas es la vida quien hace los planes.
Anoche soñé con mi padre, estábamos cerca de casa junto a la caseta
de la central hidroeléctrica donde trabajaba, él me decía - Me voy un rato al
huerto, llámame corriendo si escuchas uno de estos timbres porque será señal de
que ha saltado la línea de alta tensión y debo rearmarla enseguida - En una
tabla había colocado una hilera de zumbadores eléctricos, que de alguna manera estaban conectados a los automatismos de la
central; de esta manera podía recibir los avisos de averías en casa y así
disponer de cierta libertad de movimiento para organizar sus múltiples tareas.
El timbre sonó, yo le gritaba pero él no me oía… De repente estábamos los dos
de bolo en un concierto de “Los Planetas” y mi padre conmigo en la mesa de
mezclas, me daba explicaciones y consejos sobre cómo debía realzar las
frecuencias subgraves del bombo utilizando el ecualizador paramétrico de forma
precisa y en el ancho de “Q” adecuado para conseguir un sonido más profundo y
compacto, de la misma manera que también se hacía necesario, me dijo - Situar filtros paso bajos en los canales del
charles y de los platos evitando así que el sonido de los toms entre por estos
micrófonos - Inexplicablemente se
manejaba muy bien con todos aquellos apartaos digitales que a mi tanto me había
costado dominar - Fíjate bien y que nadie te moje la oreja, tienes que ser el
mejor técnico de sonido - Me insistía…
Es así como
era, me acuerdo que en el trabajo conducía una furgoneta destartalada pues
nadie más que él la sabía barajar, orgulloso de su hazaña y de la supremacía
que mantenía sobre el gobierno del cacharro, la utilizaba para alardear delante
de los compañeros; amor propio hasta el extremo; servil, siempre tenía que ser
el primero en todo y siempre había de irse el ultimo; este terco pundonor le
duro toda la vida. Al despertar disfrutaba aún de la imagen del sueño clara en
mi memoria, más pronto, la confusión ha deshecho el argumento hasta
desvanecerse en un fade-out irremediable; sin embargo Igual que un rescoldo que
no acaba de extinguirse, rondando en mi cabeza queda este distorsionado
fragmento que acabo de contar. Después, poco a poco, ha crecido en mi un
profundo sentimiento que evoca otro tiempo y que viene de la memoria de otro
lugar; es uno de esos trocitos de nosotros mismos que casi nunca usamos porque
dejaron de hacernos falta, pero que nos constituyen y conforman; que pacientes
saben esperar guarecidos en algún pliegue de nuestro ser a que los necesitemos
de nuevo y de esta manera nuestra conciencia los devuelva otra vez a la vida.
Instalado en
aquel tiempo he recordado el día en que mi padre se entretenía en arreglar una
vieja escopeta de aire comprimido. Sentado en la valla que rodeaba la caseta
eléctrica, mantenía la pequeña arma entre las piernas con la culata apoyada en
el suelo y el cañón plegado hacia delante; afanado en limpiar y engrasar el
artefacto, trataba de sacar lustre a la chatarra que ya en desuso alguien nos
regaló. Mis hermanos y yo jugábamos cerca cuando me llamó la atención el
interés con que desempeñaba su quehacer y me acerque a curiosear, no recuerdo
que dijo solo que sonreía amablemente, lo rodeé y me dejé caer sobre su espalda
con los brazos caídos hacia delante, note como agradecía mi gesto de cariño y
aproveché la confianza ganada para enredar mis manos con las suyas intentando
ayudar, hasta que encontré lo que resulto ser el gatillo y lo apreté. El cañón
se levanto de manera fulminante estrellándose en plena frente de Papá justo la
bolita del punto de mira… Enrojecido trató de conservar la sonrisa mientras su
garganta se anudaba. Y yo espantado, me recogí sobre mi mismo como un
escarabajo que quiere desaparecer bajo la tierra, invadido por el despiadado
sentimiento de cuando le has hecho daño a quien pretendías lo contrario.
Veinte de enero de
dos mil catorce, continúo sin noticias de Genoveva. Veintiuno de
diciembre del dos mil doce… hoy el mundo se acaba. Quisiéramos una vida de suerte y lindezas
pero tenemos también el morbo de querer asistir al apocalipsis final, así
somos, ególatras a reventar. Y la verdad es que esta vez lo merecíamos ¡carajo¡
cómo estamos tratando a la madre naturaleza
y el egoísmo material con el que nos conducimos sin respetar nada, ni a nosotros mismos… es para que el monstruo se cabree; pero el gigante
cansado tan solo tembló. En esto ha quedado el anunciado, radiado, televisado y
sobre saturado, enésimo del mundo final; algunos temblores, un perezoso rugir,
como el gato que refunfuña sin llegar a
despertar. Este es todo nuestro finalísimo final. Los Mayas nos equivocaron,
como nosotros lo hicimos con ellos; nos aseguraron un cambio el día del solsticio en diciembre del
año presente, más tan solo ha cambiado una página en la calendario… ¡diablos¡
la renovación física y espiritual que daría paso a una nueva era no se ha
producido, o al menos yo no la he notado aún y a juzgar por la cara de Remedios, ella tampoco… limpia y se
queja de sus nueras¡¡ todo sigue igual.
Dieciocho de agosto
de mil novecientos cincuenta y nueve, es
martes, anochece y el calor es espantoso “un perro ladra a la luna plenamente
convencido de que esta le escucha” día
perfecto para iniciar un firme propósito, el campo huele bien y el por venir
corre de mi cuenta.
Dieciséis de septiembre de mil novecientos
setenta y nueve, Genoveva se fue. Pensé
que el mundo se hundía y pedí al rojo
cielo que me abrasara, pero ardiera solo
yo mientras la nieve caía a mí
alrededor… Lentamente fuego
dentro, en medio del glacial en que todo sumía… Y todo, llegó aquí sin mí… restos del hundimiento
mecidos a la deriva encuentran sin saberlo playa. En la arena ahora
varada, cada vez que las olas se agitan
pienso en porque aquella noche juntos no prendimos… y el mundo dejara de ser
mundo al fin.
Hoy,
tercer siglo del segundo periodo potsglacial, he visto una estrella…Rescaté
lo que pude y añadí lo que quise menos a ti… antiguo, viejo todo menos yo. Cada
tarde sirvo Té verde, me siento y miro a donde no estas, dos de azúcar marrón pongo para mí, espero y sorbo cachazudo,
huelo, respiro… vacío tu taza sobre la arena y paseo junto al mar… tu ausencia
te ha sustituido y ya es mejor que tú.
Caray¡¡¡ he subido para mirar lejos esta tarde,
pero mi torpe vista miope nunca me dejar ver lo que sé que está allí, así que lo he imaginado mientras el aire
refrescaba mi cara... Acabo el pitillo y me voy a la cama, ya no hay miedo, nada ha cambiado bajo el
cielo… todo igual. Nada que ver.
Las palabras que eran lumbres incendiarias en mi corazón de encina, apenas son ahora algunas ascuas del rescoldo cubierto de cenizas. Pero eran bellas y ardientes palabras que el pensamiento en su calor trastocaba. Fueron aprendidas, comprendidas, recitadas y no había nada, solo la carcasa, el fuego y el artificio. Las olvidé y olvidé la lumbre y sus promesas. Todo quedó en el desván en una carpeta olvidada. Pero las verdaderas palabras no fueron dichas. Las palabras no están dichas, más no es necesario el pronunciarlas en la boca, deletrearlas, vocalizarlas, analizarlas, gramaticarlas. El pensamiento las sabía hace mucho tiempo por el vehículo del corazón donde llegan, salen o se esconden las palabras conocidas, pero no dichas. Y allí duermen un sueño secreto que todos conocen. Hace tiempo que las palabras no prenden incendios y que he olvidado la manera de apagarlos, igual que a no decir palabras que sin decirlas están todas y cada una dichas y conocidas. La Nebulosa - Cristobal Campos Sánchez.