sábado, 20 de septiembre de 2014

Un hotel de carretera



Llovía, era la una de la madrugada, el control de crucero mantenía la velocidad del vehículo y, después de cinco horas al volante, la monotonía y el agotamiento hacían que mi concentración no fuera la mejor del mundo. Vi aparecer el neón y pensé: “Un pequeño hotel de carretera, es un buen lugar para descansar un rato. Mañana, estaré en casa”.

Baje del coche y me cubrí con la chaqueta tratando de evitar la lluvia. Al entrar, me tope de bruces con una vieja y enlutada señora, que parecía que hubiera estado esperándome.

– ¡Oh! Hola, buenas noches, me gustaría…  

– No se preocupe, –me interrumpió– está todo preparado –he hizo que la siguiera a través de un oscuro y solitario pasillo–. Este es su cuarto –dijo, invitándome a pasar–. Esta noche, no hay nadie más hospedado, así que podrá descansar a sus anchas –aclaró, y se fue.

Mi cuerpo había desconectado hacía rato y parecía aflojarse. Así que, me quite los zapatos y me derrumbe sobre la cama. Podía oír el agua que goteaba desde el tejado, rebotando sobre las bromelias: plof… plof…; en un santiamén, me quede dormido. No debía haber pasado mucho tiempo, cuando unos golpes secos y poderosos me despertaron. ¡Joder con la tranquilidad! –balbucí–. Dándome cuenta de que, por alguna extraña razón, estaba tendido sobre el suelo, y un desagradable olor a podrido inundaba la estancia. Busque el móvil dentro del bolsillo y lo encendí para proporcionarme algo de luz…

– ¡Hostia puta! ¡¿Pero qué mierda es esto, joder?¡ –gritaba mientras, ayudándome de pies y manos, retrocedía espantado hasta dar con mi espalda en la pared.

De pronto, la habitación estaba vacía. Y como si de una broma macabra se tratara, del techo pendía el cuerpo de un tipo abierto en canal, mutilado y putrefacto. No tenía ojos, y de sus cuencas vacías, no paraban de brotar oleadas de larvas y moscas que, un poco más allá, devoraban con avidez lo que parecía ser restos de vísceras y tripas dentro de un cubo de plástico. Entonces, un susurro débil y apagado me llego con un pequeño aliento:

– Huye, corre… corre… –me decía.

– Me volví y ¡Hostias! La vieja decrepita de la recepción estaba allí, hablándome al oído.

Di un manotazo, me levante y salí por patas. Al abrir la puerta, una especie de hálito fúnebre secundado por un coro de voces cadavéricas me sacudió. Corrí, y mientras corría, notaba que algo extraño penetraba entre mi ropa. Entonces corrí aún más, me cubrí la cabeza con los brazos y me arroje contra la puerta de madera y cristal que daba a la calle, rodé por las escaleras y choque contra el pavimento –debí golpearme en la rodilla, porque ahora me duele una barbaridad–, pero me incorpore y seguí corriendo hasta llegar a la carretera, donde me encontraste.

– Pero… ¿Qué me estás contando, Tron? Ese hotel lleva más de veinte años abandonado –sentencio el camionero.


La Nebulosa - © Jp del Río.





jueves, 11 de septiembre de 2014

Ducados


  Ducados. 

           En la cajetilla solo quedaba un ducados arrugado y aunque mi garganta ardía y no soportaba mas brasa, salí a comprar tabaco, pues desespera la idea de echarte a dormir sabiendo que sobre la mesilla no hay na.   

  Los principios se me dan bien y los finales, pero me cuesta lo de en medio ¡Demonios¡ el hígado me hervía como un cocido maragato y mi cabeza resoplaba cual una exprés desajustada ¡Pufm, Pufm, umf puf, pufm¡ el caló me asfixiaba  ¡plaf, plaf, punff¡ ¡¡Caray, abrid la ventana¡¡ grité.  Cuando a uno le pasa esto, le importa una mierda el mundo, no quisiera ni morirse, por tal de jugársela a la puta vida. Desesperado, quedé dormido y cuando uno despierta después de haber claudicado de esta manera… Se despierta uno con sed, y enfadao; pero si no tienes a quien te vea…  da igual  ¿Dónde está mi cajetilla de ducados?   Empujé la mesilla que cayome sobre el pié del que el dedo gordo ahora me sangraba, pero callé tratando de no mojar el  sigarro entre los dedos de la mano  que encendí rabiando y  gruñendo de doloo mientras chupaba y las lagrimas se metieron en mis labios que empapaban la meca que yo chupaba: llorando, dolido, endiablado;  maldecía pero fumaba… fumaba ¡Caray¡ a uno no le importa ni el dolor que siente y que te quemes los pulmones te gusta, porque cuando te quieres quitar la pena de la vida…   La vida da pena.

   ¡Nadie¡ nadie, era de día y yo estaba solo, como todos los muertos de los cementerios, soleados los días de sol y sin nadie…  todos muertos;  solo y callao como si no hubiera ninguno al lao o el que estuviera, fuera un muerto. La cajetilla de tabaco, mi dedo sangrando y yo como un muerto. Miré desde el balcón y lo vi too más no  pude tomar ná, nada… todo claro pero mi mente ná alcanzaba, evidente pero ajeno, al otro lado del espejo. Mis dientes descarnaos bailan por la desesperación de no ser más que viejos, solo viejos… amarillos y viejos, en el espejo;  asustan cuando rio... pues solo me queda ser serio. Nada cuido porque envejezco y envejezco descuidado, a veces fumando sonrío solo si estoy solo frente al espejo y solo envejezco. Muy bajito, ya ná se escucha, casi nada… todo en silencio… suena como una bendición,  bajito… sin nada, un velo ante la ausencia, como todos  los lugares adonde nos quisieran llevar  …suena bajito, calla, calla…


La Nebulosa - © F. Buendía 


                                       



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martes, 9 de septiembre de 2014

Señuelo


 ¡Tranquilícese señora Cadwell! Su marido está perfectamente, ha sido él quien ha insistido en que la llamáramos... No, usted lo que debe hacer es mantener la calma, nosotros sabemos hacer nuestro trabajo. Recoja lo que necesite, busque a alguien que pueda acompañarla, esta alterada y no conviene que coja el coche en semejantes condiciones, y diríjanse directamente al departamento de urgencias del hospital comarcal... Sosiéguese, le estaremos esperando.

Treinta minutos más tarde, un sedán Lexus LS 600 recorre el camino de la mansión Cadwell en dirección a la carretera principal. Las luces delatan su presencia desde lejos. Al llegar a la cancela que da acceso a la propiedad, el sedán detiene su marcha; su ventanilla izquierda se abre, y una mano precisa activa el mecanismo automático de la puerta. Fuera, guarecidos tras los arbustos, dos tipos observan con detalle las evoluciones de los ocupantes:

 Cariño, tendrás que perdonarme  –se puede oír a la Sra. Cadwell dentro del coche, mientras manosea agitada la bragueta de su acompañante, te prometí una noche especial y fíjate que desastre.

  Míralo de este modo, querida –contesta el acompañante ¡Ojala ese cabrón palme sobre la mesa del quirófano! –la puerta completa su recorrido y el coche reanuda la marcha.

  Si, ese es el coche y esos son ellos ¡Adelante con lo previsto! –decreta el sr. Cadwell surgiendo de la espesura.

Según se aleja por la carretera, el teléfono del Lexus comienza a sonar, la Sra. Cadwell descuelga y… ¡Boom! El coche salta por los aires hecho pedazos.

 ¡Lástima! –manifiesta el Sr. Cadwell parado, observando desde la cancela, tenía unas tetas fantásticas.



La Nebulosa - © Jp del Río.




martes, 2 de septiembre de 2014

Abstracción

      

      Anoche vino a verme un espíritu celeste. ¡Increíble el tipo! Yo andaba con “Gambling Bar Room Blues” de Jimmie Rodgers. Se acercó y me dijo:

- "¡Oh, pobre mentecato, digno de lástima! ¡Horrible y espantable estado el tuyo! Piensa en el calabozo abrasador que te preparas por toda la eternidad y a donde te lleva el camino que sigues.”

       Emergiendo de la abstracción, me levante, deposite la guitarra sobre el asiento, y escrute los bolsillos del pantalón en busca de un paquete de Ducados rubio que había comprado por la mañana. Apareció, lamentablemente vacío.

-  Eh… Perdona. ¿No tendrás un cigarrillo?


La Nebulosa - © Jp del Río. (Gracias a William Blake y su matrimonio del cielo y el infierno)
Imagen: portada del disco La rebelión de los hombres rana del Ultimo de la fila (versión de la anunciación de Fra Angélico)