Había una vez un país, no muy lejano, que estaba habitado por gentes de
diferentes saberes y hablaban diferentes idiomas. Estas gentes, convivían
felices y en cierta armonía con una despiadada e insaciable alimaña que engullía euros sin encontrar
nunca hartazgo. Habían llegado a un acuerdo tácito; los hombres le llevarían
cuantos euros fueran capaces de reunir, a cambio, la bestia, le prestaría
unos pocos cuando alguno de ellos necesitara comprar algo. Posteriormente, los
hombres devolverían lo prestado más un canon. Con esto, la bestia aseguraba su
continuidad y alimento, mientras los hombres se procuraban una vida más fácil.
Paso el tiempo y vieron los hombres que aquello era
bueno, lo que hizo que se relajaran y tomaran confianza. La bestia, sabiéndose cada vez
menos vigilada, comenzó a hacer y deshacer más a su antojo. Tanto fue así, que
en su delirio, un día empezó a perder el control, ávida de euros, y comenzó a
devorar todo cuanto encontraba a su paso, amenazaba con no dejar títere con
cabeza. Como consecuencia, el tinglado que habían montado los hombres se vino
abajo y, el país, sus gentes, comenzaron a sufrir todo tipo de penurias y
calamidades (hambre, frío, enfermedades, atraso, abandono, deudas…). Alguna
gente, los más resueltos y avispados, decidieron escapar a otros lugares en
busca de mejor fortuna. No en vano, los sabios y gobernantes de estos pueblos,
habían decidido que la culpa de todo era de unos díscolos e ingobernables
habitantes que vivían en el sur, junto al Mediterráneo. Unos alocados e
imprudentes pueblos que gastaban sin medida y gustaban de vivir siempre de
fiesta, sin buscar euros para saciar a la bestia.
Ellos decían:
- ¡Gentes de mal vivir!, ¡ese no es el camino!
Vosotros sois los culpables de que la fiera se haya descontrolado… ¡Hay que
trabajar más! (eso sí, nadie les facilitaba trabajo). ¡Mirad las hormiguitas!;
hay que gastar menos y guardar un poco.
Según decían ellos, ese era el comportamiento
ejemplar, así se comportaban “los buenos” y, era a estos, a quienes había que
imitar.
Entonces, para que estas gentes aprendieran la
lección y esto nunca más volviera a repetirse, decidieron escarmentarlos. En
adelante, no tendrían bienestar (les quitaron la educación, la sanidad, las
becas para que estudiaran sus hijos, sus casas, dejaron de ayudar a los
mayores, de construirles carreteras, les quitaron a sus investigadores, etc.).
Todo estaba justificado, pues era necesario reunir muchos euros para calmar el
apetito voraz de la fiera (un tal “Mercado” decían). Pero el plan no resulto, y
la desconsiderada alimaña siempre estaba insatisfecha. Así que, nuevamente se
reunieron los sabios y nuevamente se preguntaron:
- ¿Qué hacemos ahora, de dónde lo sacamos…?
Y decidieron que el único camino era ir también
a por los “los buenos”, no había más remedio. Había que sacrificar también a
los que; con tesón, trabajo y una vida de dedicación, habían conseguido reunir
algunos ahorros. Pero, estas gentes, no tenían deudas, no bailaban, no iban de
fiesta y, eso sí, habían dado de comer puntualmente a la bestia. Incluso, se
habían beneficiado de algunos de sus despojos a cambio.
Daba igual, ya nadie estaba a salvo.
Y… este es el cuento de nunca acabar, pues la
bestia aún no se ha atiborrado.
abrí los ojos para ver entorno a mi
ResponderEliminary en torno a mi giraba el mundo como siempre...