La
tienda de ultramarinos
Mis
recuerdos son antiguos, de cuando apenas era un adolescente, llevaba el pelo
largo y el signo de la paz grabado sobre una rodaja de hueso que colgaba de mi
cuello; trabajaba en la tienda de ultramarinos que había en la esquina, bajando
la calle, y las marujas siempre me confundían con una chica. El bacalao se cortaba a guillotina con la
bacaladera y las legumbres a granel venían en sacos de arpillera que apilábamos
juntando los unos con los otros en el suelo, abiertos, con la boca remangada;
para después despacharlos ayudados de una pequeña pala de metal que vaciábamos sobre
un papel de estraza encima de la balanza. No olvidare el fuerte olor a vino y a
vinagre fermentado que rezumaba de las cubas en la trastienda, mezclado con el aroma del pimentón y la acidez de los
productos de limpieza. Lo que nunca entendí es porque escaseaba tanto el azúcar,
los sacos llegaban con cuentagotas y teníamos orden expresa del encargado para
disimular cincuenta gramos de menos en cada pesada de a kilo, ya que el margen
era muy escaso. Entonces, era tan antes como para que todas estas cosas aún
existieran, pero no tan antiguo como para que los fundamentos de la modernidad que
hoy conocemos, no hubieran irrumpido. Así, se daban divertidos contrastes entre
las antiguas y nuevas maneras de despachar los artículos: las especias se
servían a granel, pero la leche, condensada y en latas; las arenques eran
exhibidas al público en cajas abiertas, más el café se consumía soluble e
impecablemente envasado al vacío; los yogures y el pan Bimbo disponían de
rigurosa fecha de caducidad, sin embargo los embutidos y chacinas prescribían cuando
no quedaba más remedio, porque estaban demasiado secos u olían mal. Es así como
era aquel tiempo ¡Caray!…
Cuando
subí aquel día para comer a casa mis padres, ya conocían la noticia. La calle,
prudente y asustada era un clamor callado; el dinosaurio, enfermo, por fin de
viejo había muerto… Muy cerca en la
maquina gramófono del Bar Martos, sonaba la negra voz de metal de Roberta Flack
-“Suavemente me mata con su canción”– Mientras, en el parque, un tipo
acurrucaba el mechero encendido entre las cuencas de sus manos, los operarios
podaban los arboles ya desnudos de hojas aligerándolos para el invierno, y una
profunda zanja se abría paso calle abajo para embutir el nuevo alcantarillado.
La vida seguía mientras la muerte cumplió su fin; aquellos serian los primeros
cambios de una serie infinita que nos alejarían de la pesadilla adentrándonos
en un vasto futuro y sin embargo nada había pasado. Los inviernos serían fríos
siempre, los vientos tumbarían las mieses cada primavera, y el mármol de los
portales nos refrescaría en los calurosos veranos… el mundo, rum, rum… seguía girando. La eterna
agonía del exasperante final nos dejo tiempo para delinear nuestros anhelos y
soñar con lo que vendría después, albergando una idea tal vez demasiado
romántica sobre la libertad. Pero en aquel instante, era Imposible no estar expectantes
ante el tenso silencio donde “todos los violinistas mantenían levantados sus
arcos”.
“Un
ligero ademán del director, un leve cabezazo” y el forte, súbito, nos atropellaría
irremediablemente hasta el centro de la acción. El presente es como el punto de
fuga de una perspectiva, es un punto impropio, situado en el infinito y que
solo tiene sentido como referente para recrear la realidad, el pasado y el
futuro constituyen las aristas que conforman la figura. Siempre estamos en el
punto de fuga impropio, situado en el infinito, pero siempre huyendo hacia
cualquier rincón de nuestra vida, la que fue o la que será. Volví por la tarde
a la tienda, el mismo olor, las mismas tareas y aquel hombrecillo
insignificante que lo sabía todo sobre el arte del mostrador, estúpido hasta la
desesperación. Todo seguía igual en aquel rincón de mi vida, pero también allí
algo había empezado a cambiar; mire a aquel necio que a fuerza de ser siempre
tendero, logró ser tendero encargado al fin, y comprendí que no había más, que
mi destino allí ya estaba escrito, del inminente cambio que se anunciaba en las
calles yo solo podría apreciar su evolución en los embasados de los productos y
la moda a través del peinado que lucirían las marujas. Las cosas pasarían en el
mundo mientras yo hacia un doctorado en ultramarinos… Arroje el cepillo de barrer al suelo y salí,
gire a la izquierda y encarrilé calle arriba camino del Martos, el hombrecillo
desde la esquina gritaba - ¡eh chico, ¿estás loco…? ¿Dónde vas?! Pensé en retomar mis estudios, pensé en
participar en todo aquello, el tren pasaba y no quería perderlo.
“Pedazos de mi vida narraba su canción”
La Nebulosa - F. Buendía.
Acompañamos con: Killing Me Softly -Roberta Flack
Hemos abierto las ventanas de siempre. Hemos encendido las mismas lámparas. Hemos subido las escaleras de cada noche, y sin embargo han pasado las horas, las semanas enteras, sin que notemos su presencia.
ResponderEliminarUna tarde, al atravesar una plaza, nos sentamos en algún banco. Sobre las piedritas del camino describimos, con el regatón de nuestro paraguas, la mitad de una circunferencia. ¿Pensamos en alguien que está ausente? ¿Buscamos, en nuestra memoria, un recuerdo perdido? En todo caso, nuestra atención se encuentra en todas partes y en ninguna, hasta que,de repente advertimos un estremecimiento a nuestros pies, y al averiguar de qué proviene, nos encontramos con nuestra sombra.(Oliverio Girondo)