miércoles, 27 de marzo de 2013

Losing My Religion - El hombre sin mirada






   
Losing My Religion
         
            La deslealtad es algo que no deja a nadie satisfecho, al traicionado por razones obvias y al traidor porque siente vergüenza de su propio acto, de alguna manera cuando un individuo traiciona, se reconoce a sí mismo como un piojo.  Todos los días padecemos alguna traición pero también cada día somos piojos ¡capullos¡ pues a diario traicionamos a nuestros principios. Salí airado de su casa, me había pasado joder, pero es que me saca de quicio; él que había movido tanto, que nos hizo soñar… callado ahora, dejando que el tiempo pase, vencido… ¡Uhmm¡ renunciando ya a todo… Maldecía como un perro rabioso huyendo, renegando sin rumbo, colérico y desesperado porque no sabía si era yo el piojo o yo el traicionado. ¡Demonios¡ un tipo debe ser firme y coherente en lo que explica, fiel a quien contamina y generoso con quien cree en ti.

            Me sentía una rata por haberle dicho todo aquello y necesitaba un trago: No bebo desde la noche en que Irache me recogió deshecho de la calle y me llevo a su casa; después tuve que asistir mucho tiempo a ese puñetero programa. Fue cuando llegue de Londres, digamos que los doce años en esta ciudad no sentaron bien a mi salud. Ahora vivo con Irache y su marido, tienen una niña pequeña y me encuentro bien allí. Siempre he tenido buena mano para buscarme la vida, aunque realmente no sé hacer nada, mi facilidad con el inglés me dota de cierta utilidad para los demás. De esta manera conseguí trabajo en el centro de negocios de la Gran Vía, donde llevo un par de años; aunque no sé muy bien cuál es mi puesto real allí y me tratan como una pelandusca de aquí para allá todo el tiempo; pero al menos pagan puntualmente, no tengo que hacer concesiones al sistema y me muevo a mi aire.

            La gente es la polla, menudos valores de mierda son sus referencias, los que nunca tuvieron luces, siguen sin tenerlas; con títulos universitarios más títulos a necios. Y los que las tuvieron, se han acomodado, cediendo a los placeres y al refinamiento, son anarco-burgueses ilustrados; ahora viajan como turistas por Europa y se alojan en hoteles de lujo, asisten a la opera con ropa sport de marca que cuesta más que un traje a medida y discuten en voz alta con los sumilleres en los restaurantes ¡Damn it¡ Pensamos que la cultura y el saber nos harían libres y mejores pero ¡¿Qué ha pasado?¡ Planteamos órganos educativos extremadamente academizados que se pierden en sus propios sistemas. Dotan, en el mejor de los casos, de ciertos conocimientos que en un disco duro adicional, almacenan los universitarios en algún lugar de sus cerebros, para simplemente usarlos después como herramientas especializadas; reduciendo así la razón a un mero instrumento profesional. Insertamos datos en los cerebros, pero no formamos almas totales y libres. De manera que el que tonto fue a la guerra, tonto vuelve de ella, pero con un poco más de RAM.

            Los tradicionalismos, las costumbres, las cofradías, peñas y clubes deportivos; la estupidez y el pádel, son las bibliotecas del futuro, las pinacotecas actuales. De intenso y transcendental te acusan si decides enfocar el tema desde la emoción, o si tu opinión nace del sentimiento... Sentado junto a la barra en estas estaba cuando llego y me dijo:

            ¿Qué pasa Leo ¿todo bien?
            Si tío, disculpa lo de antes en tu casa
            ¿Lo de cuándo? Y sonrió

            Todo sucedió muy deprisa, Román puso tres vasitos sobre la barra para brindar como antes, lo empuñe sin saber qué hacía, bebimos de un golpe subiendo mucho la cabeza… Y ¡joder¡ por mi garganta entro el diablo: Cerré fuerte el puño y mantuve el tipo mientras dos placas tectónicas crujían en mis entrañas, la de siempre dormida que empezaba a rugir y la de esta misma noche viva como piedra de mechero para la yesca; apreté los ojos para no despedir fuego por ellos… ¡rediós¡ - Se despidió

Hasta luego, cuídate Leo.

     Le respondí con algún gesto que no puedo recordar, desde la puerta se giró, para mirarme y volvió a sonreír. Quede solo, Román, perro viejo, quito la botella de la barra antes de respirar, y yo en erupción salí atropellado del bar, doble la esquina como pude y estrellé mi puño aún cerrado contra la pared, más tarde supe que con el vaso todavía agarrado; comenzó a sangrarme la mano y la refugié en el bolsillo de la sudadera. Anduve no sé cuánto ni hacia donde hasta terminar en un parque en el que había otros como yo, me senté y encendí un pitillo; la sangre me hervía, rebusque en los bolsillos donde encontré algún dinero en billetes que miré sobre la mano temblorosa; mataba por una copa, los arrojé lejos hechos un arrugón y aparte enloquecido las hormigas que me corrían por la cara; saqué el cigarrillo de entre los labios y apreté con rabia su ascua contra mi tobillo desnudo, sujetándolo fuerte Allí... Como el choque de dos incendios que ahogan el oxígeno que les alimenta, se fue sofocando aquel infierno, las lágrimas apagaron mis ojos  y mi sangre se pudo  enfriar….

     Irache bajo como loca las escaleras al oírme llegar en la madrugada, se abrazó a mí sin decir nada, quise apretarla con mis manos y las abrí, en la que hasta entonces había permanecido cerrada, encontré los trozos de cristal del vaso lacerando mi carne y el coraje de aquella noche que no olvidaré jamás.

            “Ahí estoy en la esquina
            Ese soy yo en el centro de atención,
            Perdiendo mi religión” 


© f. buendía.

Acompañamos con: "Losing My Religion" - R.E.M



sábado, 16 de marzo de 2013

Flashback - El hombre sin mirada





Flashback

            Me levante tarde, el único contacto que tuve aquél día con la creación, fue cuando salí para recoger el pan a la llamada del repartidor. Era uno de esos días, cortos e interiores, ignorados; que te sobran todo el tiempo pero que por fin al irte a la cama, sientes haber perdido. Cerré la puerta con brío más intenso que mi propia intención, y resonó  un crujido metálico como telón de acero entre el mundo y yo. Entonces dudé si subir al baño para mantener un acto de autocomplacencia delírica y salvaje o abrir “Crimen y Castigo” por la página 457, donde anoche solté exánime el separador, y cerré el libro mientras Raskolnikov se preguntaba: ¿Soy un piojo como todos los demás o soy un hombre extraordinario? -  Ni siquiera el ánimo me daba para resolver la triste encrucijada planteada por el joven cismático. Me recosté sobre  el respaldo del sofá y encendí el quinto cigarrillo.

Los pasos de ella, ya con tacones, resonaban ágiles en el piso de arriba… demasiado ligera, demasiado autosuficiente… ¡Carajo! era una tormenta. Cuando hablaba, con una dicción exquisita y la mejor técnica vocal;  usaba todos los resonadores naturales posibles y cada uno de ellos en el momento más adecuado. Su voz clara se convertía en una cansina letanía  que mi cabeza no soportaba. Su naturalidad, su efectividad, esa efervescente resolución capaz de superar cualquier obstáculo con súbitas maniobras irrefrenables… apabullaba mi tremenda indolencia. Julia siempre hacia todas esas cosas que yo nunca necesitaba pero…  que en su ausencia,   tanto añoré.

Con la cabeza reposada sobre el respaldo del sofá y el cigarrillo entre  los acecinados corazón  e índice, mitad cigarrillo mitad ceniza, fui perdiendo el sentido de la realidad y terciándome hacia ese duermevela donde, cada vez más débil la banda sonora de mi vida que ella siempre interpretaba, se  desvanecía dulce y lejana… en favor de una complaciente sensación; de luz primero, luego temperatura, mas tarde  olor y.... ya estaba allí.  Real, verdadero ¡tan preciso¡  sin imágenes, sin caras, sin nombres y sin nadie, solo sentidos… el sentido de vivir por un instante todos aquellos años atrás; intenso como un Déjá vu que apenas dura… Esta grieta en lo material, este pequeño doblez en el tiempo, me asomó vertiginosamente a ese entonces que hoy recuerdo como la felicidad... Cierto como un sueño, efímero como la verdad. 

Noté una leve presión húmeda en la frente y despegué apenas los ojos para ver el rostro de Julia:

– Vuelvo tarde, hoy tengo jornada de puertas abiertas, adiós.

El teléfono sonó pero no lo descolgué. Quise regresar a mi letargo para recuperar de nuevo el extraordinario episodio y decidí tomar las riendas del asunto. Arrogante y empírico, presumí que todo suceso es gobernable, de manera que cerré los ojos dispuesto a volver al trance. Encendí otro cigarrillo mientras me reclinaba forzando la relajación, procuré concentrarme para dejar la mente en blanco… pero no pudo ser. Obnubilado entendí que todo lo extraordinario lo es, porque no lo podemos dominar. Desde entonces, el día menos pensado, quizá cuando el azar quiere, por un momento, casi siempre en la modorra de la sobremesa… vuelvo a sentir la felicidad sentado en mi salón. Mientras tanto, espero por si sucede y me afano obsesivamente buscando sensaciones parecidas: Repaso viejos escritos, miro fotografías antiguas, llamo a los amigos de antes… más nada ni nadie me brinda una copita del puñetero elixir de aquel entonces.  

Sonó de nuevo el teléfono y lo descolgué rápido para ahogar el timbre, al otro lado Diego me habló demasiado rápido, quería que repasáramos el proyecto de iluminación con el que andábamos ocupados. Le dije que no era día para iluminar nada y colgué mientras aún terminaba una frase…

– Mañana Diego, mañana…



©  f. buendía


Acompañamos con: Time de Pink Floid





jueves, 14 de marzo de 2013

El hombre analógico (2ª entrega)




¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!… ¡Atención! ¡Sellando dispositivos de acceso! Por favor, diríjanse a sus asientos de maniobra. ¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!… ¡Atención! ¡Sellando dispositivos de acceso! Por favor, ocupen sus asientos de maniobra. ¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!…

¡Bienvenidos a la Galactic Voyager! El comandante y toda la tripulación les damos las gracias por elegir la Aguirre Enterprise para este vuelo interestelar con destino al planeta Génova. La duración estimada del vuelo será de 29 horas, 15 minutos, y viajaremos a una velocidad de un millón de veces la velocidad de la luz, que alcanzaremos gracias a nuestro reactor de materia oscura de última generación. No tengan cuidado, ustedes no advertirán la más mínima turbulencia. Por motivos de seguridad, les recordamos que los dispositivos electrónicos portátiles deberán permanecer desconectados desde el cierre de puertas, hasta su apertura en la terminal de destino. Ahora, ¡por favor!, abróchense el cinturón y permanezcan sentados en sus asientos hasta que nos hallemos en gravedad artificial. Disculpen las molestias, gracias por su atención y feliz vuelo.

Nada más posarse en el planeta Génova, la Galactic Voyager abrió su compuerta de desembarco y dio comienzo una actividad frenética; paquetería, equipajes, aparejos, maquinaria pesada, suministros, víveres, pasajeros, etc., todo era conducido de un lugar a otro con una sincronía perfecta y asombrosa organización. Autómatas, androides, ciborg y computadoras llevaban a cabo la tarea con total eficacia. Ramiro aprovecho la agitación para dejar su escondite y escabullirse por entre los dispositivos de la plataforma; encontró un lugar velado tras unos contenedores de suministro y decidió esperar acontecimientos. Desde allí, la visión de cuanto ocurría en la terminal de pasajeros era completa, y lo sospechado no tardó en llegar. Tras unos minutos de espera, el mismo Aguirre y su séquito, irrumpían charlando de forma distendida al fondo del portal de desembarco reservado para el personal de la corporación.

– ¡Caramba!, el Capo en persona –no se le escapó que la chica iba con ellos–. ¡Linda! –pudo confirmar nuevamente.

– ¡Alarma, intruso! ¡Atención! ¡Alarma, intruso! Hay un descontado oculto tras los contenedores de suministro...

Inoportunamente, justo detrás de él, una voz metálica y aflautada alertaba de su presencia. Se trataba de un CNP-ONE que estaba haciendo la ronda.

– ¡Me cago en… to!  –maldecía Ramiro para sus adentros, mientras maquinaba con urgencia como sortear el marronazo.

– ¡Escúcheme! ¡Atención descontado! ¡Atienda mis instrucciones! Levántese lentamente, y salga con las manos en alto. –instaba el androide.

Al llegar, Ramiro había tenido que apartar una pequeña botella de oxígeno que sobresalía por debajo del fondo del contenedor donde se encontraba agazapado. Se trataba de un cilindro de repuesto de un equipo de respiración autónomo que alguien debió dejar olvidado. Lo agarro con disimulo, y comenzó a incorporarse con mucha corrección.

– ¡Está bien! ¡Está bien! Tranquilo…, ya me levanto. ¡No pasa nada, mos! ¡No estaba haciendo nada malo! Solo necesitaba aliviarme un poco, ya sabes… me meaba espantosamente y… en fin. ¿Quién es el guapo que es capaz de llegar hasta la cabina de eliminación de residuos en estas condiciones, verdad? Ya sé que esto no es lo más correcto, pero vamos, que…

Elocuencia y palabrería con la que Ramiro, de forma socarrona, trataba de relajar la atención del androide. De repente, sin decir siquiera agua va, se giró cilindro en mano y le dio una hostia que le arranco la cabeza.

– ¡Laminilla! –musito–, mientras el CNP-ONE chisporroteaba tirado en el suelo.

–Y ahora… ¿Cómo hacemos, tron? –se interpelaba vacilante; el factor sorpresa se había roto y, una vez más, todo se precipitaba cuesta abajo–. Pues… ¡Con dos cojones! –prorrumpió insuflándose valor, mientras ponía rumbo a la comitiva.

– ¡Eh! ¡Cabezas de bote! –increpo tirando de cacharra.

En un suspiro, los tres CNP-ONE y el Leonardo que acompañaban a la comitiva, yacían en el suelo reducidos a un aparatoso montón de chatarra.

– ¡Coooño! –alucinaba. El primer sorprendido era él–. ¡Y sin despeinarme! Esta escupidora es acojonante.

Los asesores y consejeros que constituían el séquito, aterrados no eran capaces de articular palabra. La chica, paralizada, no salía de su asombro. La plataforma entera se estremeció con el estruendo de los disparos. La actividad se interrumpió y, durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse. Un espeluznante silencio se adueñó del lugar, solo Aguirre era capaz de mantener la compostura. Ante tan indecorosa escena, el protegido, que siempre acompañaba a su mentor, miraba a derecha e izquierda con gravedad y un poco angustiado –es que nadie va a hacer nada–, parecía reclamar con la mirada. Finalmente, resignado, trago saliva y dio un tímido paso adelante.

– ¡Mala hora, pimpollo! –Entonó Ramiro enardecido, y le partió la nariz de un culatazo–. ¿Alguien más quiere hacerse el héroe…?

Súbitamente, comenzaron a sonar las alarmas. El molesto y desagradable silbido, acabo de inmediato con la quietud y la atmosfera gélida de la escena anterior. Ramiro fue derribado por un cañón de ondas sónicas que le dejo medio lerdo y un palmo de lengua y, en menos que canta un gallo, los ciborg se habían hecho con la situación. Como si tal cosa, la plataforma reinicio su maquinal movimiento.

El iracundo desafío, además de amedrentar y dejar pasmados a los presentes, derivó en sorprendentes resultados. Aguirre, conocido popularmente como “El implacable”, que en semejantes circunstancias no habría dejado títere con cabeza, en esta ocasión, insólitamente, prefirió dejarlo estar. Lo que de facto, equivalía a una autorización expresa para salvar el pellejo. Asimismo, instantes antes de ser abatido, Ramiro quiso ver una sutil complacencia en el rostro diáfano de la muchacha.

– ¡Maldita se a mi estampa! –fueron sus últimas palabras.

En esto continuaba su atolondrada cabeza, cuando volvía en sí en brazos de un Leonardo irreverente, que le cacheteaba intentando traerlo de regreso.

– ¡Esta bien, está bien…! ¡Ya basta, joder! ¡Ya!, ¡yaaaa! –el Leonardo le dejo caer de malas maneras y Ramiro se golpeó la cabeza contra el suelo–. ¡Puto pendejo de mierda! –refunfuño. 

– Desarmadlo, higienizadlo y, finalizada la cena, escoltadlo hasta mi despacho –decreto Aguirre con urgencia, luego se giró y continúo camino.

Tras la cena, Ramiro fue conducido ante el sátrapa tal y como este había ordenado. Había tenido la oportunidad de comer, hacía más de 48 horas que no probaba bocado; había sido fumigado y esterilizado y, como colofón, había sido embutido en un grotesco y apretado traje de color banana y butano, emblema y signo de la compañía.


Al entrar, una sala diáfana, fría, de compelidas aristas y relumbrante iluminación, sobrecogió a Ramiro que tuvo que entrecerrar los ojos para no ser deslumbrado. Sin embargo, tras el desconcierto inicial, con equilibrio y picardía pudo echar una rápida mirada al frente, espalda y ambos lados, haciendose una esmerada composición del lugar: Aguirre, ligeramente recostado sobre su asiento, ocupaba el lado principal y más alejado de una mesa ovalada de cristal de roca gigantesca. A su derecha, nariz vendada, ligero hematoma ocular y cara de pocos amigos, el favorito. Cinco de sus asesores les flanqueaban; tres por la derecha y dos por la izquierda. Todos ellos, acomodados sobre confortables sillones de microfibras de carbono, iban ataviados de impecable indumentaria inteligente “Digital Pullwear” color gris. El vestuario inteligente, de rabiosa actualidad entre lo más cult de la jet planetaria, equipaba sensores, GPS, microcámaras, micrófonos, y otros dispositivos, tan pequeños como poderosos, que suministraban información, a tiempo real, basada en el contexto físico y virtual del individuo que lo portaba: ¿se te olvido el nombre del último conocido? ¡No problem! Aparecerá acompañado de otros datos de interés sobre esa persona, en la pantalla habilitada para tal efecto en el cristal de tus gafas. Un poco más cerca en la distancia, y escorada un tanto al lado izquierdo de la habitación; ¡la Bella!, que engalanada con un largo y ajustado vestido de color blanco, emergía rutilante, posada apenas, sobre un dilatado sillón de tafetán rojo. Para finalizar, un robot domestico tipo Dynamics, hacía las veces de asistente atendiendo las necesidades de los invitados, y dos unidades CNP-ONE bloqueaban la entrada.

– ¡Disculpad Amigos…! Clin, clin, clin… ¡Silencio, por favor! –interrumpió Aguirre, golpeando su copa con una cucharilla de café–. ¡Ha llegado nuestro bravo invitado! Gracias, eso es todo, pueden retirarse –dijo, dirigiéndose a las unidades CNP-ONE que le acompañaban–. Pero… ¡Pase, hombre de Dios! Pase y tome asiento...  –Ramiro se acercó con prudencia– ¿Le apetecería tomar alguna cosa? 

– ¡Un Gin Tonic estaría bien, gracias! –apuntó mientras ocupaba un sillón vacío a este lado de la mesa.

– ¡Perfecto! Uno también para mí. –dijo Aguirre dirigiéndose al Dynamics, que se puso manos a la obra.

– Bueno, bueno, bueno…, amigo. ¡Amigo, usted es… la hostia! ¡Usted es dinamita! ¡Explosivo! ¡Fascinante! –explicaba Aguirre con exagerados aspavientos y grandes dosis de sarcasmo–. ¡Oiga, amigo! –más aplacado– Con horizontalidad y franqueza. ¿Qué clase de persona es usted?

– ¿Perdón? –la saliva hacía rato que no corría por la garganta de Ramiro.

– Si, bueno… ¡Quiero decir! ¿Qué tipo osado y sin cerebro, es capaz de acometer semejante temeridad?; sortear los controles de embarque de una nave estelar, evadir los obligatorios controles epidemiológicos de una migración interplanetaria, desafiar a mí escolta personal de forma tan…, tan…

– ¿Temeraria, señor? –apunto un adelantado asesor situado a su izquierda.

– ¡Temeraria!, esta es la palabra. ¡Gracias González! Eliminarla brutalmente, ante mis propias narices, y… lo más importante. ¡Lo más importante, mire usted! ¿Por qué?, ¿por qué…?

– ¡Con todos los respetos, señor Aguirre! Permítame decirle que su sistema de seguridad es un poco… distraído. –objetó Ramiro intentando salir del aprieto.

– ¿Quiere decir… malo?

  Malo no, ¡lo siguiente!

  ¡Vaya…! ¡Un humorista! ¿Y eso lo dice…?

– ¡Spoleta señor! Ramiro Spoleta, alguien que sabe de lo que habla. –atajó tirándose un farol.

– ¡Fantástico…! ¡Fantástico! –dijo el otro recostándose sobre su asiento–. Eso me gusta, un tipo con recursos. Me di cuenta nada más verlo. ¡Señores! ¿No era esto lo que estábamos buscando?

De sobra era conocida la querencia que Aguirre profesaba a las preguntas retoricas. Por supuesto, nadie contesto.

– ¡Me cae usted bien! Ni que decir tiene que, de otra manera, ya no estaría aquí –acompaño esta última frase con una sutil elevación de la ceja izquierda–. ¿Lo comprende, verdad?

– ¡Siii, papa! –balbuceo Ramiro, asintiendo para sus adentros.

Aguirre hizo entonces una pausa cuidadosamente estudiada; se incorporó, apoyo ambos codos sobre la mesa y agarro el Gin Tonic que el robot Dynamics acababa de traerle. Con ensayada indiferencia, comenzó a juguetear empujando los cubitos de hielo con el dedo índice de la mano derecha. Hasta que, en un determinado momento, levanto la cabeza, y su mirada honda y escrutadora, busco clavarse inmisericorde en la mirada limpia y desahogada de nuestro amigo. Permanecieron así durante unos instantes, tan intensos, que parecieron interminables. La inacción era aterradora, el trance habría puesto el bello como escarpias al más templado. Sin embargo, Ramiro supo aguantar con empaque. Pasados 20 o 30 segundos, el Capo debió pensar que era suficiente y desistió. Los presentes relajaron sus esfínteres, y Aguirre entonces, elevo el vaso en un contenido gesto…  – ¡A tu salud! –, debería haber dicho, pero no lo hizo. Se lo acerco a los labios y bebió un largo trago. 

–Señor Spoleta, ¡usted y yo deberíamos hablar en serio!

Continuara…

Ilustración encabezado: Shigueru Komatsuzaki
La Nebulosa - © Edy  



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