sábado, 11 de abril de 2015

Mentes Suspicaces - El Hombre Sin Mirada



Mentes suspicaces.


Elvis de fondo y Jean Beam en al vaso para expiar las pequeñas culpas del día. Más de un centenar de servilletas tiradas en el suelo y cuatro millones de colillas esparcidas a la puerta. Las voces y las risas aún resonando, al igual que el rastro de dolor en mis mejillas por forzar la mueca para mi gesto amble – Román el barman cordial, el amigo barman, nuestro barman amigo…  Román  –  de alcohol y axila el hedor – adiós leo, adiós… - salió desencajado, no me miro.

Recogí sillas y mesas. Pase el cepillo y recargué las neveras; bebí luego reposado mientras miraba techo, paredes y suelo del zulo bar… ¡tantos años¡ rebelde en inicio, ennoblecido ya… las doce de la noche y nadie queda; dóciles y exactos como un reloj: de cuatro a doce; del café a una gota antes de dormir, cicatera de licor. Transitan por aquí cada uno a su hora predilecta mezclándose con las nuevas y jóvenes caras, motivo de envidia y de lascivia también, pero con moderación. Hasta los locos de alcohol mantienen la compostura, borrachos para sí mismos, para nadie más. Escuadrón hacia la muerte de resignados, rehabilitados o adolecidos y achacoso… algunos ya ni están. Miro tras la barra y les sonrío con mi aire amable de cuatro a doce, y veo sus ojos que ya no ven, comidos por cataratas, velados para distinguir nunca más el horizonte. Veo las ilusiones gastadas, renunciados a los atrevidos, desparejadas las parejas eternas… los veo agotados de no llegar…  a todos los hombres sin mirada… cada noche los veo sonreír entrañables en mi bar.

Here we go again
Asking where i´ve beenyou can´t see these tears are reali´m crying
Let´s don´t let a good thing die
Lest´s don´t  let a good thing die

Nada de lo que dices es fácil por mucho que rías mientras lo largas; nada es sencillo querida. Mira como las palomas vuelven una y otra vez para comer sobre el suelo del parque, se arremolina y escapan desconfiadas siempre que alguien pasa para luego volver… quieren aquello que les tiramos, necesitan comer lo que les das, pero vuelan y vuelvan, revolotean si te acercas…  la vida las hizo así. Escuché como le decía Luis a Julia ¡caray¡ la otra noche muy cerca de su cara. Sus vidas son un ir y venir que siempre pasa por a aquí, ellos son universales, andan lejos, vienen y van pero vuelven religiosamente entorno a la barra de este bar ¡la vida es tan apretada¡ la de Luis, La de Julia,  de Leo y la de Diego, la tuya también… la de Lola y la del barman Román… mentes suspicaces. Un frontón para Leo ¡más fuerte das, más fuerte recibes¡  guarda siempre el escarabajo de oro en su bolsillo ¡unmm¡ Leo al límite, inconmovible para con el compromiso de los demás.  A Julia todo le pareció una perpetua farsa ¿qué espera del despechado Luis? Descreída  ahora creer quisiera en el amor de los tiempos del cólera y cree al fin en su eterno renunciado Luis  ¡no va más¡  salta la bolita entre los números de colores. Negros en los que en ocasiones para,  como los años negros de Diego que hoy mantiene a raya estacionados en dique seco, sabiendo que navegar saben, a raya Diego escapa cada vez que le fascina de la vida, vivir ¡Ciegos, sin mirada¡ me miran creyendo que nada ha cambiado en mi; golpeo fuerte el vaso sobre la barra y bebo con ellos pero no me ven… ni tú tampoco me ves.

        Or dry the tears from your eyes

Lola reiría como una Loca si me descubriera melancólico, aplastado sobre la mesa y escuchando esta vieja canción - ¿qué pasa Roomaaann, con la morriña? – diría – espera que cambie la música,  ya salgo – y vendría a sentarse con un vodka-naranja en la mano mientras ya sonaba reggae,  “one love”.  Deberíamos ser como ella, nunca ha hacho demasiado ruido y siempre ha visto el lado bueno que al parecer tenemos ¡analgésicos para el tiempo¡    la noche se hace tranquila ahora que de cena un vaso de bourbon y tiempo para pensar, siempre lo mismo ¡unnm¡ domingo perezoso y caduco, derrengado al fin... Inconsolable.


Algo broto o se rompió en mi esta noche, y aunque sabía que sus efectos serian irreversibles, en lugar de echarme a llorar, recogí los platos rotos con la sonrisa silenciosa de siempre, miré a Lola y brindamos ¡salud¡  abriría las puertas del Lennon aún cada noche, demasiado tarde para otra cosa, ya no podría cambiar. Y acepte mi suerte con la misma serenidad de la delicuescencia que provocó el estropicio. 

© f. buendía.