Mil gracias derramando
El Real siempre ha sido una calle antigua, desde La Tienda del
paso, Lope, La Viuda, Baras, La
Espartería, Espadas o el Ideal Cinema, hasta el palacete de abajo, siempre
antigua y fría; pero si tuviera que escoger una de entre todas las de esta
ciudad, es esta la que elegiría. A pesar del dueño del palacio ¡Dios mío¡ lo he
visto solo una vez pero no olvidaré jamás esas cejas y su aspecto de noble
decimonónico anclado en una gloria más
antigua aún que él mismo. Me hace gracia y siempre que lo recuerdo pienso en
que si hubiéramos de personificar la idiosincrasia de esta ciudad medieval que
un día adquirió cierta relevancia en el conjunto del territorio que luego se
llamó España; la que hoy algunos se empeñan en mantener, trasnochada y absurda,
sin sentido y en un tiempo que no le corresponde; si necesitáramos elegir un símbolo: este sería el extemporáneo ricohombre amo del palacio de
abajo y su suntuosa vivienda barrocamente ornamentada, reminiscencia de una
clase elitista que de apoco fue perdiendo los fundamentos y ganando en mascara.
Que aprovechando los restos de nobleza
que quedaron adheridos a las piedras de sus palacios e iglesias, forjaron la
marca señorial y la vendieron tan a degüello que ha llegado como un estigma
hasta nuestros días.
Había quedado con Miguel Angel en el Paseo Mercao junto a la estatua, faltaríamos a clase
porque teníamos cosas más importantes que tratar. Ella bajaba también temprano
justo delante de mí Real abajo, ni nos miramos; la noche anterior habíamos
discutido. Somos así de estúpidos
narices y a veces el orgullo vence al deseo, en ocasiones incluso al destino.
Por la tarde, en la Villa Alta me esperaban para ensayar los compañeros
y amigos de “En Un Tris Teatro”; por
entonces se nos ocurrió montar la obra maestra del absurdo y símbolo del
antihéroe femenino, la boba, débil y fea princesa burlada por el príncipe
aburrido “Yvonne Princesa de Borgoña” – Su presencia en la corte supone un
factor de descomposición en el orden establecido, lo que hace aflorar sin
comedimiento, las deficiencias, vicios, e indignidades propias de cada uno de
los personajes –. Llegué con un poco de
retrasado y sin mí, habían dado comienzo al ensayo. Alrededor de una larga mesa, simulada con algunos
tableros que de mala manera habían colocado, se sentaban los miembros de la
corte: Cecilio - El Rey contrariado, Barceló - La Reina histérica, Pedro - El Príncipe guasón, Agú - El sobreactuado y apuesto Chambelán, Paco M,
Beba, Manolo y otros pocos, el resto de cortesanos. Como los propios The Lord
Chamberlain's Men en The Globe, todos los personajes del reparto estaban
interpretados por actores, es decir, las actrices también eran hombres. Señor T
– Yvonne, se retorcía sobre la mesa con las manos agarradas al cuello; torpe,
agonizaba atragantada por una espina de
pescado atravesada en su frágil garganta ¡sublime¡ la fea cara de Señor T descompuesta, interpretando a la pávida
princesa. No hube de corregir nada, Gombrowicz no lo habría imaginado más
peripatético, lo grotesco superaba al esperpento. ¡Genial!
Miguel Angel es un tipo seco y directo,
intransigente con la ambigüedad, si estas, estas; si no ¿para qué has
venido? Nos vimos después de mi ensayo a
la puerta del Chinarrale, cuando abrió la puerta de la tasca el olor a tabaco y
alcohol fermentado suscitaba al Vómito y a la envidia por no haber estado la
noche anterior en este local tan de actualidad en plena transición; nido de
barbudos, artistas y comunistas. Miguel Ángel se ayudaba económicamente echando
unas horas los fines de semana poniendo copas en “El Chinarrale”, y yo portaba
el aparato de música con una flamante cassette crome para grabar la Jam Session
de la noche del viernes; un cantante local, que ahora sé que después tendría
mucho éxito, venia por la ciudad este finde y se esperaba, como siempre, tocata
en la tasca. Hoy me pregunto dónde está todo aquello ¡carajo! Nos comíamos el
mundo, íbamos a cambiarlo todo, y lo cambiamos…
Acomodados y exactos, perdimos fuelle y nos hemos dedicado a contar
nuestros sueldos, ahorros o beneficios hasta retornar a un lugar muy cercano al
que nos encontrábamos; profesionales de la política nos han usurpado.
Hay algo en la
política que tiene que ver con las desproporciones y la falta de armonía, justo
al contrario que en el arte. Es lo que me cautiva de uno de estos dos
axiomas y me exaspera en el otro
“Mil
gracias derramando,
pasó
por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando…”
(S. Juan de la Cruz)
© F. Buendía
Acompañamos con: "La computadora" - Joaquín Sabina.
Como nos come el sistema, y nos engulle...que nos deja sin utopías y sin sueños. UN abrazo. Carlos
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