Pareja de espaldas.
Va a
ser una noche fría, así que más vale que cojas tu abrigo, me dijo Luis. Luis es
de esta manera, directo y de las dos opciones posibles, siempre elije la más
tajante. Aún recuerdo aquella noche que apareció por casa en pijama, tendría
unos quince años, yo algunos más; acudió a la puerta y toco al timbre, cuando
abrí sonrió – mi padre, que me ha agarrao de una oreja y me ha echao a la calle
- no hablamos más del tema, no le dimos ninguna importancia, pero no lo he
olvidado jamás.
– ¿Me puedo quedar a dormir aquí?
– Claro que puedes pero vas a tener que acostarte
con mi hermano
– ¿Con el seco? ¡Ten cuidao seco! – y se
acercó al brasero.
Él sabía que nos habíamos quedado a estudiar mi hermano, Agu y yo. Era fin
de curso y como siempre íbamos tarde con todo; en aquel tiempo teníamos
demasiada vida, como para prestarle a los estudios la atención que necesitaban.
Luis, ahora se había convertido en un triunfador, tenía terminada una estupenda
carrera y los negocios le iban bien; separado de su primera mujer, aún
conservaba ese porte bien parecido y fanfarrón.
El
ascensor de bajada hacia la callé se convirtió en un féretro compartido donde
los más leves sonidos, los movimientos más ínfimos, las respiraciones, los
chasquidos de los zapatos rozando en el suelo, parecían salvajes y
ensordecedores. Ni una palabra, ni una sola mirada, ningún olor, tan solo la
emergencia de llegar y dar remate a aquella eternidad intimidada. La presión en
los talones y una tímida flexión de las rodillas me sirvieron para amortiguar el deseado frenazo final, mientras mis manos de azogue morían por empujar la
puñetera puerta metálica. Impacientes, mientras se deslizaban lentas, las
pequeñas hojas batientes de seguridad. Se adelantó Luis, casi chocamos,
torpemente intercambiamos algunos gruñidos balbuceando palabras cercanas a la
disculpa o al reproche, hasta que atarantado conseguí salir. Ya en plena calle
la noche efectivamente era fría, la más fría de mi vida. Si bien la sensación
térmica implica una combinación de la temperatura ambiental y la actitud
anímica con la que nos enfrentamos a ella, este frio que ahora sentía, era
sencillamente una forma de querer parar la existencia. Julia me saludo desde la
ventanilla del coche de Luis; uno, ante estas situaciones tiene la impresión de
reconocerlas, de saber de antemano qué va a suceder, y en adelante cualquier cosa
que hagas o disposición con la que te manejes, te parecerá falsa, como
cumpliendo un guión ya predefinido. Allí estábamos, mi mujer de toda la vida,
mi amigo de siempre y yo. ¡Carajo! Cualquier cosa que hiciera daría igual,
estaba jodido; tenía el cuerpo entumecido, la sonrisa cuajada y los dedos de
los pies bailando convulsivamente dentro de mis zapatos ¡¿Y yo?! ¿Dónde estaba
yo…? Me explicaron cómo había sido todo y cómo tendría que ser a partir de
ahora, donde tendría que quedarme yo y a dónde irían ellos, y bla, bla, bla… Arguyeron
todas las razones para terminar finalmente con un: ¿lo entiendes? Asentí y nos
despedimos. Dimos toda una lección de moderno civismo.
El
humo del tubo de escape cosquilleo en mi nariz desadormeciéndome del arrecido
letargo, ya de vuelta a casa preferí subir por las escaleras a meterme de nuevo
en el desapacible ataúd metálico. ¿Por qué? De todos los proyectos que
emprendemos en la vida, el de compartirla con otra persona es probablemente el
más importante. Es realmente la vida en si misma; cómo vives, cómo sientes, con
quien duermes, a quien te confiesas. No son dos vidas juntas si no una vida en
común. O así lo entiendo yo, y creí que Julia también así lo entendía ¿Finiquitarla, no es un fracaso…? Señor y bestia
de la decadencia del tiempo, tú hiciste que yo no fuera ya mas su caballero; Dios
del desdén y artífice de la repetición el cansancio y el aburrimiento; malvado
brujo del pasar que mudas el brillo en los ojos de cada mañana por mezquindad y
esquivez cotidiana; ¿cuándo, sin avisar cociste en tu caldero la pócima que
acabó con la pasión, la seducción y el deseo? Puñetero devenir que por ansiar ser
nosotros para siempre nos acaba molidos del esfuerzo y por querer ir juntos
hasta el fin nos cansa de estar siempre tan cerca. ¡Oh, tú que con paciencia
todo lo rindes, vuelcas y cedes, maldita seas cruel duración, impávida y
cansina letanía de la existencia! ¿Por qué? ¿Porqué con Luis? ¿En qué se parece
a mí Luis? ¿No es la antítesis de lo que yo sería? No entiendo nada…
Empuje
la maneta del giradiscos y deje caer la aguja, Lohengrin comenzó a sonar con la delicada suavidad que precede a
todos los dramas del mundo. Me recosté en el sillón ciñendo alrededor de mi
cuello las solapas del abrigo que aún mantenía enfundado, pues el frio
persistía dentro de mi alma y hundí las manos en los bolsillos. En el derecho
encontré un encendedor, sorprendido me di cuenta entonces de que llevaba puesto
un viejo chamarro que torpemente cogí del ropero al salir; esto sirvió para
recordar que cuando deje de fumar hace años, reservé un paquete de tabaco
escondido sobre el armario, por si la voluntad me quebraba. De un brinco me
levante, corrí a buscarlo y allí lo encontré. Sople fuerte apartando el polvo a
la vez que mis manos lo abrían ansiosas y la llama del mechero urgente prendió
el primer pitillo. Aspiré profundo mientras los ojos sin apenas fuerza se me
iban entornando y poco a poco zozobré en la sórdida butaca. Heme aquí, nada que conservar, nada
que ocultar, pues nada me quedaba. El caballero del cisne huía con la dama
rescatada abriéndose paso sobre el lago ¿mantendrán su ideal para siempre? O, tal
vez con el paso del tiempo, un día Julia se volverá ajena para mirar el rostro
del caballero y extrañada formulará nuevamente la desconfiada pregunta,
rompiendo así el hechizo una vez más ¿Quién eres Luis?
Ya solo en casa, ardía de frío como los
metales de Wagner y fumaba mi ducados de siempre. ¡Suerte que cogí el abrigo!
La Nebulosa - © F. Buendía.
Acompañamos con: Lohengrin - Richard Wagner
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