sábado, 15 de septiembre de 2018

21 de agosto




 21 de agosto

             Debo buscar razones que justifiquen mi quietud, mi nada más al viento, como los molinos ramell en Sa Pobla – Mallorca,  empujados por una flecha… dejados de lo que una vez fueron al capricho del aire;  gris donde las palas lucieron fuertes de color y ahora solo chirridos y quejas. A eso de tanto andar olvidé la salida, perdí el destino y encontré a cambio de todo tanto que…  apenas nada.  Resignado  a la contemplación cuento estos días embelesado en Linares-Baeza de una en una todas las traviesas de la vía, escucho los trenes que arrancan y en los que a nadie despido, son cuatro millones de pares;   pisan las maderas raíles que escapan cobardes y concomitantes  hacia  el horizonte,  hasta donde mis ojos operados ya no distinguen… Como un trompetista bizco con la cara hinchada… quedo allí sentao oliendo la grasa… viéndolo pasar.

            Esta carta me llegó hoy, yo que nunca recibo… voy a tratar de leerla:

 

                                                          Palacio de las moredas 21 de agosto del presente

            Señor Buendía, a usted que fue solo un rato toda mi vida y que sin entender por qué no lo he    olvidado;  quisiera pedirle que se retire, que sin causticidad entienda que deseo… usted deje de vivir, que muera. Pues debe saber la grave molestia que para mí es su presencia, incluso de oídas la certeza de su existencia…  tan larga y aburrida: en el olvido, en el recuerdo y en el reencuentro... Señor, sepa que solo sus deleitosas torpezas provocaron en mi corazón estas profundas heridas, todas: Sus obsesiones, ensueños y ambigüedades,  aquel absurdo subjetivismo, la exasperación de su extravagancia... los  noes y los síes, los peros…  el desasosiego. Mi querido Fernando,  de mi desaparezca;  sin que malentienda mi gusto espero, pues solo quisiera no volver a necesitarlo… y no encuentro otro remedio para mi bien que su inexistencia. Quisiera  de esta manera recuperar el aliento y volver a dormir con tranquilidad no más que hasta el amanecer reposada y esperar cada día el desayuno descuidada en la cama. Conozca mi malestar el daño y las molestias a lo largo de los años suscitadas, el runm runm incesante en mi cabeza hasta romper en la locura;  asimismo considere  el perjuicio  ocasionado,  lucro cesante por no haber aprovechado  el tiempo de su culpa  perdido…  con otro más elemental  y menos indeterminado.

 

         Entérese también, sepa señor, que especialmente la casa se me hace insoportable en las tardes en que asomada a la ventana miro hacia la esquina del antiguo hospital de piedra cuando por un casual y con aire desgarbado por allí  cruza la decaída caricatura de lo que antes,  Distinguido y olvidado,  usted fue… ¡si bien recuerdo  aún su fina estampa¡  Y con las manos apretadas a la pequeña baranda, trato de cerrar los ojos para no ver… pero usted,  inexcusable pasa.

       Sin más me despido, sin nada, sin quererlo… sin poder ¡ansiado olvido¡ 

                                                                                             Genoveva Oliveira

 

            No sé de quien vino ni debo  querer saberlo, el cartero la dejo en el buzón junto al resto de la correspondencia: recibos domiciliados y saludas de los bancos… Pero ¡el tiempo huye…¡ he leído en esta carta,  hacia atrás de mí ahora… El presente es como el punto de fuga en una perspectiva, es un vértice impropio, situado en el infinito y que solo tiene sentido como referente para recrear la realidad, el pasado y el futuro constituyen las aristas que conforman el volumen. Siempre estamos en el punto de fuga,  impropio, situado en el infinito, pero siempre huyendo hacia cualquier rincón, el que fue o  será... Olvida si puedes que existimos una vez  querida y recuerda que en realidad na fuimos… que solo soñamos… Pero si has de imaginarme, imagíname siempre al acecho...

 

© f. buendía.

 





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