Como cada mañana, la mujer, cántaro
enristre, sale a la calle en busca del pozo de “Agua Buena”; un surtidor
artesiano de agua limpia y fresca que es compartido y apreciado por los
habitantes del lugar. Mientras espera turno, departe solazada con sus
coterráneos.
El aguador, pájaro tempranero, aúpa
cubos del pozo y atiborra con presteza las alcarrazas de su burro de Lucena
desde las primeras luces del día. Provee de agua a vecinos y transeúntes. De
esta manera saca unos cuartos que le dan para ir tirando.
Federico el barbero, uno de sus puntuales
compradores, ya le espera en la plaza, a la puerta del negocio, con su cantarete.
Viudo de años y solitario, gusta de levantarse pronto. Se complace observando el
movimiento del pueblo desperezándose... devuelve, siempre con buen ánimo, el saludo a los pasantes.
Teresa, la joven asistenta de
Don Julián, principal del pueblo, asea con devoción a su párvulo niño con el
agua de ayer. Cuando llegue el aguador le rellenara la tina y, con buena maña, se
dará a la sufrida tarea de batir la colada; restregando una y otra vez, enérgicamente la ropa sobre la tabla. La sosa, que se añade al jabón para un mejor resultado,
ha despellejado sus dedos y, con el tiempo, ajado sus manos.
Ahí viene el panadero voceando
sus viandas; trae pan recién hecho, bollos de aceite, trenzas, magdalenas, ochíos
y tortas de azúcar…
© Jp del Río
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