miércoles, 3 de diciembre de 2014

Tiempo


Tiempo 


Si a mi abuelo, frente al pelotón de fusilamiento, le hubieran explicado que muchos años después, en una biznieta suya correría sangre negra… habría sonreído y muerto reconfortado aunque perdiendo toda importancia los principios por los que caía.

Es curioso, el domingo en la sobremesa reparé en el detalle de que mi madre,  mi hija, mi nieta mulata y yo; convivíamos en la más natural escena costumbrista. Fue en el segundo café y superado el sopor de después de la comida cuando hice la cuenta: Mi madre nació en 1927 y mi nieta según la esperanza de vida media actual, podría alcanzar a vivir hasta el año 2095 ¡diablos¡ ninguna de ellas, ni mi madre ni mi nieta podrían entender las épocas de principio de una y de fin de la otra, imposible hacerse  siquiera la idea. Sin embargo una tarde de primavera, en mi casa, todas juntas tomamos café mientras la chiquilla  jugaba con su “Denadoor” personal a error o acierto  ¡casi dos siglos de existencia¡       

He salido a pasear con Sultán ya tarde a la puesta del sol, por este pequeño camino que rodea al cerro alto y he mirado al valle ¿Cuántos otros lo habrán mirado? ¿nos reconoce el valle?  ¿hay consciencia en el río del tiempo? ¿y de a quién moja? …¿qué somos para el tiempo, y para esta tierra? ¿Cómo habríamos sido de tocarnos vivir otro momento? ¿Qué tipo de impresionista  hubiese sido Leonardo en el Paris de finales del XIX o Cézanne en pleno Cinquecento? ¿Quién yo “con ojos neutros como los de  Norma Jean”? …somos esclavos de nuestro tiempo.

Es cierto que el paisaje se deja hacer y ya no se ven campos, si no parcelas delineadas, vemos el paisaje del trabajo, de hileras de olivos, y de pantanos, de luces y caminos que llevan a todas partes.

El abuelo Buendía era demasiado viejo para ir al frente y demasiado joven para morir pero sin embargo murió, encarcelado después de la guerra, un rápido juicio sumarísimo y fusilado en el paredón del cementerio. Nadie ha contado nunca porqué, para nosotros es un misterio, silencio siempre al respecto; sabemos de él porque mi padre debió de tener también un padre y por el retrato absurdamente colocado en el dormitorio grande, que cuelga aún de la pared entre el pequeño hueco de apenas treinta centímetros frente al costado del armario ¡bárbaro¡ Es una de esas fotos en las que se manifiesta la imagen al centro de un óvalo difuminado en su borde y que predice al retratado ya difunto; camisa blanca sin corbata abotonada hasta el cuello, chaqueta gris, la cara ligeramente girada con respecto al cuerpo y una marca longitudinal sobre las arrugas frontales divide claramente la tez oscura y soleada  de la calavera pálida ya casi calva… de días de labor.

Sultán tira tozudo con fuerza de la cadena y he tenido que aligerar el paso de vuelta a casa, perro de costumbres obsesionado con la vuelta como con la salida, se diría que un reloj también mide su tiempo, que le corre prisa lo por venir.  Algún día heredaré supongo ese cuadro de un hombre silenciado y escondido al que no conozco y del que nada se, pero del que seguramente algo de lo que en él hubo, llegó a mí.
  

 © f. buendía.




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