– ¡Tranquilícese
señora Cadwell! Su marido está perfectamente, ha sido él quien ha insistido en
que la llamáramos... No, usted lo que debe hacer es mantener la calma, nosotros
sabemos hacer nuestro trabajo. Recoja lo que necesite, busque a alguien que pueda
acompañarla, esta alterada y no conviene que coja el coche en semejantes condiciones, y diríjanse directamente
al departamento de urgencias del hospital comarcal... Sosiéguese, le estaremos
esperando.
Treinta minutos más tarde, un sedán Lexus LS 600 recorre el camino de la mansión Cadwell en dirección a la carretera principal. Las luces delatan su presencia desde lejos. Al llegar a la cancela que da acceso a la propiedad, el sedán detiene su marcha; su ventanilla izquierda se abre, y una mano precisa activa el mecanismo automático de la puerta. Fuera, guarecidos tras los arbustos, dos tipos observan con detalle las evoluciones de los ocupantes:
– Cariño, tendrás que perdonarme –se puede oír a la Sra. Cadwell dentro del coche, mientras manosea agitada la bragueta de su acompañante–, te prometí una noche especial y fíjate que desastre.
– Míralo de este modo, querida –contesta el acompañante– ¡Ojala ese cabrón palme sobre la mesa del
quirófano! –la puerta completa su recorrido y el coche reanuda la marcha.
– Si, ese es el coche
y esos son ellos ¡Adelante con lo previsto! –decreta el sr. Cadwell surgiendo
de la espesura.
Según se aleja por la carretera, el teléfono del Lexus comienza
a sonar, la Sra. Cadwell descuelga y… ¡Boom! El coche salta por los aires
hecho pedazos.
– ¡Lástima! –manifiesta el Sr. Cadwell parado, observando desde la cancela–, tenía
unas tetas fantásticas.
La Nebulosa - © Jp del Río.
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