Cuando ocurrió, estaba fuera de casa. El aviso le llego como un ladrillazo en la cabeza; se dio cuenta que cada día le parecía más y más a su padre y comenzó a notar que le faltaba el aire. Un frío gélido recorrió su garganta. Entonces, cogió el teléfono e hizo una llamada.
- ¡La morgue, dígame!
- Hola, creo que estoy muerto.
- ¡La morgue, dígame!
- Hola, creo que estoy muerto.
La Nebulosa - © Jp del Río
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