jueves, 14 de marzo de 2013

El hombre analógico (2ª entrega)




¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!… ¡Atención! ¡Sellando dispositivos de acceso! Por favor, diríjanse a sus asientos de maniobra. ¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!… ¡Atención! ¡Sellando dispositivos de acceso! Por favor, ocupen sus asientos de maniobra. ¡Mec!, ¡mec!, ¡mec!…

¡Bienvenidos a la Galactic Voyager! El comandante y toda la tripulación les damos las gracias por elegir la Aguirre Enterprise para este vuelo interestelar con destino al planeta Génova. La duración estimada del vuelo será de 29 horas, 15 minutos, y viajaremos a una velocidad de un millón de veces la velocidad de la luz, que alcanzaremos gracias a nuestro reactor de materia oscura de última generación. No tengan cuidado, ustedes no advertirán la más mínima turbulencia. Por motivos de seguridad, les recordamos que los dispositivos electrónicos portátiles deberán permanecer desconectados desde el cierre de puertas, hasta su apertura en la terminal de destino. Ahora, ¡por favor!, abróchense el cinturón y permanezcan sentados en sus asientos hasta que nos hallemos en gravedad artificial. Disculpen las molestias, gracias por su atención y feliz vuelo.

Nada más posarse en el planeta Génova, la Galactic Voyager abrió su compuerta de desembarco y dio comienzo una actividad frenética; paquetería, equipajes, aparejos, maquinaria pesada, suministros, víveres, pasajeros, etc., todo era conducido de un lugar a otro con una sincronía perfecta y asombrosa organización. Autómatas, androides, ciborg y computadoras llevaban a cabo la tarea con total eficacia. Ramiro aprovecho la agitación para dejar su escondite y escabullirse por entre los dispositivos de la plataforma; encontró un lugar velado tras unos contenedores de suministro y decidió esperar acontecimientos. Desde allí, la visión de cuanto ocurría en la terminal de pasajeros era completa, y lo sospechado no tardó en llegar. Tras unos minutos de espera, el mismo Aguirre y su séquito, irrumpían charlando de forma distendida al fondo del portal de desembarco reservado para el personal de la corporación.

– ¡Caramba!, el Capo en persona –no se le escapó que la chica iba con ellos–. ¡Linda! –pudo confirmar nuevamente.

– ¡Alarma, intruso! ¡Atención! ¡Alarma, intruso! Hay un descontado oculto tras los contenedores de suministro...

Inoportunamente, justo detrás de él, una voz metálica y aflautada alertaba de su presencia. Se trataba de un CNP-ONE que estaba haciendo la ronda.

– ¡Me cago en… to!  –maldecía Ramiro para sus adentros, mientras maquinaba con urgencia como sortear el marronazo.

– ¡Escúcheme! ¡Atención descontado! ¡Atienda mis instrucciones! Levántese lentamente, y salga con las manos en alto. –instaba el androide.

Al llegar, Ramiro había tenido que apartar una pequeña botella de oxígeno que sobresalía por debajo del fondo del contenedor donde se encontraba agazapado. Se trataba de un cilindro de repuesto de un equipo de respiración autónomo que alguien debió dejar olvidado. Lo agarro con disimulo, y comenzó a incorporarse con mucha corrección.

– ¡Está bien! ¡Está bien! Tranquilo…, ya me levanto. ¡No pasa nada, mos! ¡No estaba haciendo nada malo! Solo necesitaba aliviarme un poco, ya sabes… me meaba espantosamente y… en fin. ¿Quién es el guapo que es capaz de llegar hasta la cabina de eliminación de residuos en estas condiciones, verdad? Ya sé que esto no es lo más correcto, pero vamos, que…

Elocuencia y palabrería con la que Ramiro, de forma socarrona, trataba de relajar la atención del androide. De repente, sin decir siquiera agua va, se giró cilindro en mano y le dio una hostia que le arranco la cabeza.

– ¡Laminilla! –musito–, mientras el CNP-ONE chisporroteaba tirado en el suelo.

–Y ahora… ¿Cómo hacemos, tron? –se interpelaba vacilante; el factor sorpresa se había roto y, una vez más, todo se precipitaba cuesta abajo–. Pues… ¡Con dos cojones! –prorrumpió insuflándose valor, mientras ponía rumbo a la comitiva.

– ¡Eh! ¡Cabezas de bote! –increpo tirando de cacharra.

En un suspiro, los tres CNP-ONE y el Leonardo que acompañaban a la comitiva, yacían en el suelo reducidos a un aparatoso montón de chatarra.

– ¡Coooño! –alucinaba. El primer sorprendido era él–. ¡Y sin despeinarme! Esta escupidora es acojonante.

Los asesores y consejeros que constituían el séquito, aterrados no eran capaces de articular palabra. La chica, paralizada, no salía de su asombro. La plataforma entera se estremeció con el estruendo de los disparos. La actividad se interrumpió y, durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse. Un espeluznante silencio se adueñó del lugar, solo Aguirre era capaz de mantener la compostura. Ante tan indecorosa escena, el protegido, que siempre acompañaba a su mentor, miraba a derecha e izquierda con gravedad y un poco angustiado –es que nadie va a hacer nada–, parecía reclamar con la mirada. Finalmente, resignado, trago saliva y dio un tímido paso adelante.

– ¡Mala hora, pimpollo! –Entonó Ramiro enardecido, y le partió la nariz de un culatazo–. ¿Alguien más quiere hacerse el héroe…?

Súbitamente, comenzaron a sonar las alarmas. El molesto y desagradable silbido, acabo de inmediato con la quietud y la atmosfera gélida de la escena anterior. Ramiro fue derribado por un cañón de ondas sónicas que le dejo medio lerdo y un palmo de lengua y, en menos que canta un gallo, los ciborg se habían hecho con la situación. Como si tal cosa, la plataforma reinicio su maquinal movimiento.

El iracundo desafío, además de amedrentar y dejar pasmados a los presentes, derivó en sorprendentes resultados. Aguirre, conocido popularmente como “El implacable”, que en semejantes circunstancias no habría dejado títere con cabeza, en esta ocasión, insólitamente, prefirió dejarlo estar. Lo que de facto, equivalía a una autorización expresa para salvar el pellejo. Asimismo, instantes antes de ser abatido, Ramiro quiso ver una sutil complacencia en el rostro diáfano de la muchacha.

– ¡Maldita se a mi estampa! –fueron sus últimas palabras.

En esto continuaba su atolondrada cabeza, cuando volvía en sí en brazos de un Leonardo irreverente, que le cacheteaba intentando traerlo de regreso.

– ¡Esta bien, está bien…! ¡Ya basta, joder! ¡Ya!, ¡yaaaa! –el Leonardo le dejo caer de malas maneras y Ramiro se golpeó la cabeza contra el suelo–. ¡Puto pendejo de mierda! –refunfuño. 

– Desarmadlo, higienizadlo y, finalizada la cena, escoltadlo hasta mi despacho –decreto Aguirre con urgencia, luego se giró y continúo camino.

Tras la cena, Ramiro fue conducido ante el sátrapa tal y como este había ordenado. Había tenido la oportunidad de comer, hacía más de 48 horas que no probaba bocado; había sido fumigado y esterilizado y, como colofón, había sido embutido en un grotesco y apretado traje de color banana y butano, emblema y signo de la compañía.


Al entrar, una sala diáfana, fría, de compelidas aristas y relumbrante iluminación, sobrecogió a Ramiro que tuvo que entrecerrar los ojos para no ser deslumbrado. Sin embargo, tras el desconcierto inicial, con equilibrio y picardía pudo echar una rápida mirada al frente, espalda y ambos lados, haciendose una esmerada composición del lugar: Aguirre, ligeramente recostado sobre su asiento, ocupaba el lado principal y más alejado de una mesa ovalada de cristal de roca gigantesca. A su derecha, nariz vendada, ligero hematoma ocular y cara de pocos amigos, el favorito. Cinco de sus asesores les flanqueaban; tres por la derecha y dos por la izquierda. Todos ellos, acomodados sobre confortables sillones de microfibras de carbono, iban ataviados de impecable indumentaria inteligente “Digital Pullwear” color gris. El vestuario inteligente, de rabiosa actualidad entre lo más cult de la jet planetaria, equipaba sensores, GPS, microcámaras, micrófonos, y otros dispositivos, tan pequeños como poderosos, que suministraban información, a tiempo real, basada en el contexto físico y virtual del individuo que lo portaba: ¿se te olvido el nombre del último conocido? ¡No problem! Aparecerá acompañado de otros datos de interés sobre esa persona, en la pantalla habilitada para tal efecto en el cristal de tus gafas. Un poco más cerca en la distancia, y escorada un tanto al lado izquierdo de la habitación; ¡la Bella!, que engalanada con un largo y ajustado vestido de color blanco, emergía rutilante, posada apenas, sobre un dilatado sillón de tafetán rojo. Para finalizar, un robot domestico tipo Dynamics, hacía las veces de asistente atendiendo las necesidades de los invitados, y dos unidades CNP-ONE bloqueaban la entrada.

– ¡Disculpad Amigos…! Clin, clin, clin… ¡Silencio, por favor! –interrumpió Aguirre, golpeando su copa con una cucharilla de café–. ¡Ha llegado nuestro bravo invitado! Gracias, eso es todo, pueden retirarse –dijo, dirigiéndose a las unidades CNP-ONE que le acompañaban–. Pero… ¡Pase, hombre de Dios! Pase y tome asiento...  –Ramiro se acercó con prudencia– ¿Le apetecería tomar alguna cosa? 

– ¡Un Gin Tonic estaría bien, gracias! –apuntó mientras ocupaba un sillón vacío a este lado de la mesa.

– ¡Perfecto! Uno también para mí. –dijo Aguirre dirigiéndose al Dynamics, que se puso manos a la obra.

– Bueno, bueno, bueno…, amigo. ¡Amigo, usted es… la hostia! ¡Usted es dinamita! ¡Explosivo! ¡Fascinante! –explicaba Aguirre con exagerados aspavientos y grandes dosis de sarcasmo–. ¡Oiga, amigo! –más aplacado– Con horizontalidad y franqueza. ¿Qué clase de persona es usted?

– ¿Perdón? –la saliva hacía rato que no corría por la garganta de Ramiro.

– Si, bueno… ¡Quiero decir! ¿Qué tipo osado y sin cerebro, es capaz de acometer semejante temeridad?; sortear los controles de embarque de una nave estelar, evadir los obligatorios controles epidemiológicos de una migración interplanetaria, desafiar a mí escolta personal de forma tan…, tan…

– ¿Temeraria, señor? –apunto un adelantado asesor situado a su izquierda.

– ¡Temeraria!, esta es la palabra. ¡Gracias González! Eliminarla brutalmente, ante mis propias narices, y… lo más importante. ¡Lo más importante, mire usted! ¿Por qué?, ¿por qué…?

– ¡Con todos los respetos, señor Aguirre! Permítame decirle que su sistema de seguridad es un poco… distraído. –objetó Ramiro intentando salir del aprieto.

– ¿Quiere decir… malo?

  Malo no, ¡lo siguiente!

  ¡Vaya…! ¡Un humorista! ¿Y eso lo dice…?

– ¡Spoleta señor! Ramiro Spoleta, alguien que sabe de lo que habla. –atajó tirándose un farol.

– ¡Fantástico…! ¡Fantástico! –dijo el otro recostándose sobre su asiento–. Eso me gusta, un tipo con recursos. Me di cuenta nada más verlo. ¡Señores! ¿No era esto lo que estábamos buscando?

De sobra era conocida la querencia que Aguirre profesaba a las preguntas retoricas. Por supuesto, nadie contesto.

– ¡Me cae usted bien! Ni que decir tiene que, de otra manera, ya no estaría aquí –acompaño esta última frase con una sutil elevación de la ceja izquierda–. ¿Lo comprende, verdad?

– ¡Siii, papa! –balbuceo Ramiro, asintiendo para sus adentros.

Aguirre hizo entonces una pausa cuidadosamente estudiada; se incorporó, apoyo ambos codos sobre la mesa y agarro el Gin Tonic que el robot Dynamics acababa de traerle. Con ensayada indiferencia, comenzó a juguetear empujando los cubitos de hielo con el dedo índice de la mano derecha. Hasta que, en un determinado momento, levanto la cabeza, y su mirada honda y escrutadora, busco clavarse inmisericorde en la mirada limpia y desahogada de nuestro amigo. Permanecieron así durante unos instantes, tan intensos, que parecieron interminables. La inacción era aterradora, el trance habría puesto el bello como escarpias al más templado. Sin embargo, Ramiro supo aguantar con empaque. Pasados 20 o 30 segundos, el Capo debió pensar que era suficiente y desistió. Los presentes relajaron sus esfínteres, y Aguirre entonces, elevo el vaso en un contenido gesto…  – ¡A tu salud! –, debería haber dicho, pero no lo hizo. Se lo acerco a los labios y bebió un largo trago. 

–Señor Spoleta, ¡usted y yo deberíamos hablar en serio!

Continuara…

Ilustración encabezado: Shigueru Komatsuzaki
La Nebulosa - © Edy  



Frontline - OMD








2 comentarios:

  1. Vaya!, Ramiro es valiente e intesante intentando sobrevivir en un mundo que no encaja. Me gusta, y espero ya la próxima entrega.

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  2. Un irreverente con poco que perder, tiene mucho que ganar en rio revuelto¡¡
    No salgo de mi asombro, a donde nos encamina el tal Ramiro ¿?
    Lo del Gin Tonic, empujando los cubitos con el dedo es genial

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