Estuve
meses navegando; la muerte me encontró en Marsala y me hizo una señal con la
cabeza. Huí desesperadamente… Pasaba las noches en guardia y me animaba cuando
entraba la mañana. Pero al día, invariablemente, una nueva noche le sucede y, cuando
miras mucho tiempo en el interior de un abismo, resulta irrefrenable el deseo
de arrojarse dentro. Yo ya había pensado mas que otros y estaba cansado de hacerlo. Era
consciente de que a los verdaderos hombres no les pertenece nada.
Así
que desembarque en Boca Chica. Nada más llegar me hice tatuar por un chamán la palabra “Inmortal” sobre el antebrazo izquierdo —poco
puede consolar la salvadora creencia en la redención, a quien nunca observó confesión
alguna—. Había decidido esperar allí; sentado en el
porche, recostado sobre una vieja mecedora, hojeaba el periódico. Después de
todo —me dije—, el amor que un día sentí está cada vez más lejos, y este mundo no tolera a los idiotas.
— ¿Y bien, Dave? No tengo mucho tiempo —dijo por fin la muerte acercándose.
— Una gota de lluvia no cambia de
decisión mientras cae, ¿verdad? Cae y eso es todo —capitulé con fastidio.
— ¡Así es! —contesto la muerte.
— ¡Banzai, hijo de puta! —grite con furia arrojándome sobre la parca.
La Nebulosa – © Jp del río.
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