viernes, 30 de noviembre de 2012

Cuando nos parecemos a nuestros recuerdos


         
      
      Cuando nos parecemos a nuestros recuerdos

     Sus dedos eran leñosos como sarmientos de parra, sus manos, grandes y delgadas, estaban cotidianamente morenas, de ese moreno que da la exposición continuada de la piel al sol y al tiempo, día tras día de trabajo, semana tras semana, años… toda una vida. Si embargo, aun conservaban esa forma tan particularmente suya, de coger con sutileza el útil de escritura y hacerlo girar de forma distraída alrededor de su dedo pulgar. Eran tiempos de castañas asadas junto al fuego y sobremesas solazadas en el salón familiar. Mientras él, ataviado con sus antiguos lentes de carey, desproporcionadamente grandes y descuidadamente colocados, afilaba el lapicero con parsimonia, mojaba la punta con saliva y comenzaba a repasar sus partituras. Luego, como que no quiere la cosa, asía su viejo bandoneón e interpretaba para nosotros aquellas melodías inolvidables.

     Nunca podre olvidar tanta devoción, tanto amor a una tarea. Así era él, así entendía la vida, siempre le gustaron las cosas bien hechas. 

     Después, pasaron los años. Yo me ocupe en mis propios asuntos; el trabajo, la familia, el colegio de los niños, más tarde la universidad… Esto se llevó por delante los mejores años de mi vida y, de paso, también se lo llevo a él, no podía ser de otra forma, y a mamá. Algunos buenos amigos también sucumbieron mientras yo me afanaba sin descanso en mi propia refriega.

     La otra tarde, tras la comida, como otras veces, busque mi sillón favorito. Tenía intención de pasar un agradable rato de lectura. – ¡Vaya! Olvide las gafas. Ya no consigo leer nada sin mis gafas de cerca. Las cogí, me acomode nuevamente, me encanta sentarme frente al fuego ligeramente acurrucado bajo la vieja manta de lana que mamá tejió con restos de viejos jerséis. Entonces reparé en algo, mis manos, huesudas y delgadas, ya no son como eran antes. Ahora la piel es... fina, como suavizada por el paso del tiempo. Pero… ¿Qué son estas manchas? Y tiemblan, ¡¿por qué tiemblan?! 


     La Nebulosa - © Edy











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